VISITAR EL PASADO (La memoria de los mártires)

Publicado en Diario de Burgos. Octubre 2007.

En los años delicados de la transición de la dictadura a la democracia, los españoles hicimos un pacto de amnesia colectiva. El fantasma de la guerra civil aún se agitaba en las conciencias de una gran mayoría. Apenas había pasado una generación y la herida de las “dos Españas” estaba fresca, sin cicatrizar. Sólo cabía un compromiso de generosidad para que todos pudiéramos construir un futuro común sin recaer en los viejos errores familiares. Así lo comprendimos y lo pusimos en práctica. Para ello había que actuar “como si” se hubiera olvidado “aquello”, lo innombrable, lo fatídico. Todos hicimos un voluntarista lavado de memoria. Por un tiempo, las fuerzas políticas orillaron sus diferencias y sus reivindicaciones maximalistas. La Iglesia pospuso la exaltación de sus mártires. El paso del tiempo borró las tumbas y las cubrió de hierbas anónimas. Y con la aprobación de la Constitución de 1978 se declaró finalizado el duelo. No podíamos estar viviendo permanentemente en las trincheras.

Ahora, treinta largos años después, muchos vuelven a mirar hacia atrás. No cabe duda, la turbulenta España de la primera mitad del siglo XX sigue fascinando a los anodinos españoles de hoy. Pero, ¿a qué precio? ¿Se está traicionando el espíritu de la transición? ¿Reaparecen la revancha y los odios irreconciliables? Para algunos así es. Mirar al pasado les parece inútil y peligroso; sobre todo si son los demás quienes lo hacen. Pero otros pensamos que hay que continuar reconquistando aquella “libertad sin ira” que dejamos congelada hace tres decenios; creemos, quizás ingenuamente, que se puede ensanchar la memoria sin por ello ahondar las fosas.

Con el tiempo se han serenado los ánimos y decantado las verdades. Los nuevos españoles no sólo no hicieron la guerra, muchos tampoco la transición. Llegado es, pues, el tiempo de que quien lo necesite pueda retomar el hilo donde lo dejó; que cada grupo pueda recuperar a sus muertos, venerar sus recuerdos y rescatar sus ideales sin que sea molestado por la suspicacia o la inquina del vecino. Para hacerles justicia y serenar su corazón.

Ahora que los católicos españoles nos disponemos a ensalzar por muchas y buenas razones el heroísmo de nuestros mártires del siglo XX, para conocerlos mejor y proseguir en tiempos de paz su testimonio apaciguador, ¿por qué nos ha de extrañar que otros quieran hacer algo similar con quienes se entregaron de buena fe a causas que juzgaban nobles? No piden sólo medidas administrativas y compensaciones económicas. ¡Buscan el honor! Sólo cuando muchos españoles hayamos visto reconocidas las vidas y las muertes de nuestros antepasados podremos sentirnos libres y mirar hacia adelante con satisfacción y orgullo, sin guardar nada entre paréntesis.

Pero esta visita al pasado puede ser una trampa si, bajo huecas palabras, se escondiera un imposible arreglo de cuentas con la historia y sus herederos, o bien el afán morboso de airear episodios horrendos o de dar audiencia pública a siniestros personajes. La “memoria-basura” no sólo removerá viejas pasiones y vergüenzas sino que nos deslizará más y más por la pendiente del mal gusto, al que somos tan dados. No se trata, en fin, de reescribir la historia al albur de cada cual, sino de comprenderla en su complejidad y trágica grandeza. Como han tenido que hacer tantos pueblos para poder sencillamente sobrevivir con dignidad.

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