Cualquier cosa antes de ser tachado de hipócrita. Nuestra tolerante sociedad se vuelve intratable frente a la hipocresía. No hace falta recurrir a las encuestas; se palpa en el ambiente. La hipocresía está sentenciada en sus distintas variantes: la doble moral, el sermón de ida sin vuelta, el escándalo farisaico… Al hipócrita se le detecta fácilmente. Sus artimañas son vulnerables y pronto cae en sus propias redes. Además, juega con desventaja; está solo contra todos. Tiene enfrente a todo el cuerpo social, al acecho de cualquier patinazo o de la mínima incoherencia. A todos nos estimula descubrir la hipocresía ajena. Nos descarga de responsabilidades y nos deja buena conciencia. ¿Hay algo más barato y relajante? Al hipócrita lo necesitamos. Tartufo cumple una función social.
Bien lo saben cuantos por vocación o profesión (o las dos cosas) cargan con responsabilidades públicas. Los enseñantes en todas sus ramas y niveles, los funcionarios, los políticos, los militares, los miembros de las fuerzas de orden público… Todos llevan en el sueldo el deber de ser ejemplares y coherentes en sus comportamientos personales. Sumemos a ellos los líderes de opinión, los eclesiásticos, los predicadores; sin olvidar a los intelectuales y artistas, a los generadores de cultura; en definitiva, a todos aquellos cuyas vidas están expuestas al juicio de los demás. En esta sociedad de paredes y techos de cristal el peso de la ejemplaridad y la coherencia se hace insoportable y hasta heroico. Por eso, en estos sectores abunda la práctica del escamoteo, de la ambigüedad controlada, del no pronunciarse (NS/NC) en las cuestiones candentes. Nuestros referentes sociales ocultan sus convicciones y tratan, quizás en vano, de pasar desapercibidos. ¿Resultados? La desmoralización de la sociedad, la pérdida de nivel y de orientación. Se da un pernicioso efecto de rebote: aquellos que tienen algo valioso que aportar a los demás buscan la privacidad y el anonimato, mientras que los golfos y los ignorantes suben a la palestra y sientan cátedra de su vaciedad.
Pero el fantasma de la hipocresía no sólo acecha a personas o estamentos concretos. Hoy en día extiende su sombra amenazante a toda la sociedad. ¡Hay que ser ciegos para no advertir la hipocresía colectiva! Basten algunos ejemplos.
Todos admiramos esos automóviles ágiles y veloces, símbolo de prestigio social (que por algo se fabrican y están en el mercado). Pero nos alarmamos ante el aumento de accidentes y su crueldad traicionera. Nos va la marcha desenfrenada; acto seguido, nos horrorizamos ante las víctimas estúpidas, especialmente jóvenes, que se inmolan en el altar del sin sentido.
Por todos los lados pedimos responsabilidades. Se nos recuerda que el volante y el alcohol son incompatibles, pero la bebida es consumida cada vez más y por los menores. El alcohol se anuncia y se exhibe como un vínculo de integración social y de ocio establecido. O sea, favorecemos las premisas y aborrecemos las consecuencias. ¿No es esto hipocresía de libro?
Otra casuística inmensa la ofrece el recién descubierto territorio del sexo. La sociedad parece salir de una larga noche oscura. Por fin tenemos un sexo inocente y divertido, desvinculado de riesgos y compromisos, despenalizado de lacras morales. Es el sexo-aventura, el puro placer de la fantasía y la trasgresión sin límites ni cortapisas. Sin embargo, curiosa coincidencia, esa misma opinión pública festiva y desinhibida es justificadamente intransigente ante fenómenos emergentes como las violaciones, la pederastia, la pornografía con menores, las vejaciones sexuales, la violencia doméstica… ¿No vemos acaso el nexo existente entre lo uno y lo otro?
Lanzamos nuestro vehículo a la loca carrera y, pedimos más multas y más radares. ¿En qué quedamos? Iniciamos a los jóvenes en un sexo sin responsabilidades y, luego, censuramos los excesos y crucificamos al “salido” que se pasa de la raya establecida, del convencionalismo, de lo moralmente correcto. No toleramos límites y pedimos leyes y más leyes para contener la avalancha imparable de la decadencia social.
La incoherencia va con el ser humano. ¿Veremos algún día por nuestras calles una manifestación multitudinaria detrás de la pancarta “Todos somos hipócritas”?
(Publicado en Diario de Burgos. Setiembre 2005)
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