LA ICONOGRAFÍA ACTUAL Y SU UTILIZACIÓN EN LA PASTORAL

Lo que me sugiere la Exposición de Teresa Peña
Intervención en la Mesa Redonda organizada por la Facultad de Teología de Burgos
25 de Abril 2008

En la tradición cristiana, la espiritualidad y la catequesis siempre han echado mano de las artes para acompañar y alimentar la experiencia religiosa. La utilización de imágenes y sensaciones varias es una necesidad antropológica. Las distintas revoluciones “iconoclastas” no han triunfado porque conllevaban una mutilación del ser humano.
Entre nosotros y en los albores del siglo XXI nos encontramos con un rico y variopinto patrimonio artístico acumulado, en el que las distintas épocas y culturas han dejado su huella. Un balance rápido podría dar los siguientes títulos y subtítulos, en los que se mezclan afirmaciones y valoraciones:
1. El arte clásico sigue siendo un instrumento válido para iniciar y acompañar la vida cristiana de nuestro pueblo.
      • No obstante, se debe de seleccionar con cuidado criterio, porque no todo lo antiguo es valioso artística o pastoralmente. Si el arte clásico no suscita la experiencia espiritual nos quedamos en un arqueologismo o en una mera información cultural.
      • Se han recuperado con provecho ciertos lenguajes religiosos perdidos en el olvido (por ejemplo, los iconos orientales), pero pueden quedarse en fenómenos elitistas y pasajeros. Restaurar no siempre es posible: se restaura la materialidad de la obra de arte, pero ¿se puede restaurar su espíritu?

2. El arte religioso del siglo XX: Excepcional y minoritario.
  • La crisis religiosa de Occidente, a pesar de los sanos intentos del Concilio Vaticano II, ha engendrado desgana y confusión en la producción artística religiosa. Las vanguardias se desentienden del arte religioso propiamente tal. En algunos casos – pocos- se dedican a sugerir o suscitar vagas experiencias transcendentes.
  • La renovación litúrgica del Vaticano II que ha afectado a templos, vestimentas, músicas, mobiliarios y objetos litúrgicos – todas las bellas artes fueron convocadas- no ha tenido en general el nivel artístico deseado. Salvo excepciones aisladas, o bien se ha quedado en ensayos interesantes pero no cuajados, o bien se ha empleado en una producción mercantilizada de dudoso gusto, que trató de vender cualquier cosa con tal de que fuese “moderna”. Quizás por ello no ha logrado calar en el alma popular ni ha podido colaborar a la renovación espiritual, al “aggiornamento” pretendido por el Concilio.
  • Al final del pasado milenio y comienzos de siguiente se ha vuelto a un restauracionismo iconográfico de muy bajo nivel. Se recuperan imágenes y símbolos del pasado, pietistas y desfasados culturalmente. Se mezclan estilos y lenguajes estéticos sin criterio. ¿Resultado? una imaginería promovida, adquirida y utilizada con mentalidad de “supermercado”. Un eclecticismo sin nervio ni orientación.
En estas estamos, cuando... ¡aparece Teresa Peña! Un arte cristiano que reúne todas estas deseables características:
  • Calidad artística por formación y vocación. Solidez académica y apertura a las corrientes de su tiempo.
  • Personalidad y madurez a la búsqueda de un lenguaje propio e inconfundible, que le fluye de dentro y no desde tendencias de moda o simplemente comerciales.
  • Experiencia espiritual cristiana honda y contrastada. Humanísima y doliente.
  • Un lenguaje abierto y comprensible para el gran público.
  • Una obra que sorprende, subyuga, interroga y ennoblece al espectador atento.
  • Una propuesta que implica y no deja indiferente.
  • Su pintura no es una obra de usar y tirar, no es una estética de consumo. Hay que volver a ella una y otra vez, encontrándose siempre matices y sugerencias nuevos. Algunos de sus cuadros te los llevarías a tu habitación, a tu oratorio para prolongar el primer impacto, con mirada pausada y gratuita. Una mirada de complicidad y de amor. Son ventanas abiertas al misterio: permiten reflexionar, contemplar, orar, interiorizar la propia espiritualidad; sea o no confesante.
  • Teresa no “ilustra” los pasajes bíblicos. Sus cuadros religiosos son el fruto de una “lectio divina” (lectura-meditación-oración-contemplación) del texto bíblico. No son escenas para admirar sino ¡para comulgar!... (Perdóneseme la audacia).
Cuando uno descubre con estupor y admiración una obra así, la impresión es ambivalente: gozo y tristeza. ¡Qué pena de tiempo perdido! ¡Nos han faltado “Teresas Peña” y nos han sobrado “ocurrencias” y baratijas! Nos han faltado artistas - creyentes.
¿Qué se puede hacer con una obra así? ¡Mucho! (Hablo desde mi pequeña praxis):
  • La obra específicamente religiosa de Teresa Peña (o artistas similares: por ejemplo, Arcabás en Francia) puede ser utilizada en las catequesis de la iniciación cristiana a partir de los trece años. Los adolescentes tienen sensibilidad para admirar y contemplar a Jesucristo y a María en los misterios de la fe, reinterpretados por Teresa con esta garra visual; para sintonizar con esas figuras humanas esperanzadas y anhelante de fraternidad y paz auténticas. Por otra parte, ¡es algo tan distinto del tan recurrido audiovisual! La imagen pintada ha de ser escrutada con atención y cariño para que te entregue su secreto (como sucede con los pasajes de la Palabra de Dios). En cambio, las imágenes del audiovisual ofrecen una sucesión de impresiones que difícilmente se graban en el alma. Lo uno reclama actividad; lo otro favorece la pasividad.
  • Pero, como en todo, es necesario el acompañamiento del catequista, del pedagogo que ayuda a crear el clima de percepción, subraya el detalle elocuente, interroga y profundiza. Cuantos más quilates tenga el medio pedagógico, tanto más valioso ha de ser el pedagogo. También en el ámbito de la fe.
  • A los adultos no les va a ser tan fácil entrar en esa comunión espiritual que ofrecen los cuadros de Teresa. Han de vaciarse de prejuicios. Han de superar el dualismo: los cuadros para el Museo, las estampas para la Iglesia; los cuadros, objeto cultural, las imágenes devotas, para rezar. Desenclavar esas posiciones fijas y superar esos clichés no es imposible. La propia Teresa Peña lo intentó con buenos resultados, escribiendo poemas y plegarias para acompañar sus pinturas. Modestamente lo hemos intentado los organizadores de la Exposición con la edición del Catálogo y del Album pastoral que la acompañan. No es un modelo cerrado sino un posible camino a proseguir.

DESDE LA ATALAYA DEL SEMINARIO


Intervención en la Mesa redonda sobre Pastoral Vocacional
Simposio Teología del Sacerdocio
Facultad de Teología. Burgos
7 Marzo 2008


La crisis vocacional es evidente y, de todos los problemas de nuestra Iglesia, es el más espectacular, porque es directamente cuantificable. La Iglesia, que ante todo ejerce actividades espirituales, no está muy acostumbrada a someterse al severo juicio de las cifras (al contrario que las empresas mercantiles o los medios de comunicación…).- ¿Cuántos seminaristas tenéis?... Es la pregunta obligada. Por muchas razones que se den y por mucho que se ponderen y maticen las cifras, éstas cantan por sí mismas. Califican o descalifican a unos pastores, a una diócesis, a un Seminario. Las cifras vocacionales están en el escaparate: son lo primero que se ve. Para algunos – tristemente - lo primero y lo último. Quienes buscan la desaparición de la Iglesia lo tienen fácil. Algunos ya ni se molestan en atacarla. Leen las estadísticas de nuestros seminarios y casas de religiosos y se confirman en sus prejuicios.

Actualmente – para qué negarlo - nuestros seminarios se encuentran bajo mínimos. La mayoría, con unas cifras tan precarias que en un plazo de solo cinco años se pueden jugar el ser o no ser. En efecto, si se tiene una racha ascendente, de “quince seminaristas” se puede pasar a “treinta”, que sería el mínimo para dar estabilidad a un proceso de seis años como es el del Seminario Mayor (una media de cinco seminaristas por curso). Pero también en sólo cinco años se puede bajar a límites inviables, que supondrían el cierre, al menos temporal, de un Seminario. La urgencia y la preocupación están justificadas.

Pues bien, a pesar de todo, ¡no perdamos la calma!... A mayor urgencia, más reflexión y sensatez. Para hacer frente a la crisis vocacional se necesita un clima favorable y un buen diagnóstico, sin apresuramientos.

Un clima favorable

Es muy difícil trabajar en una actividad bajo presión. La ansiedad no es buena para nada, menos aún para las obras sobrenaturales. Se pierde fácilmente la visión de fe, sin la cual convertimos nuestras obras en empresas humanas. Las Delegaciones diocesanas de Pastoral Vocacional, los Seminarios y las Casas de Formación de los religiosos han de encontrar su propio modo de trabajo adaptado a la situación actual. Cuentan con el apoyo y la colaboración de todos, es cierto. Pero este apoyo ha de darse con serenidad y discreción, dejándoles hacer su labor con paz y confianza en el Espíritu. Los documentos oficiales de Roma y de nuestros obispos recuerdan a menudo que hay que invertir las tendencias espontáneas:

- a menos candidatos, mayor selección,

- a más dificultades, más vigilancia,

- a más necesidades, mayor confianza y gratuidad.

Un buen diagnóstico

La Pastoral Vocacional está en el candelero. No se puede decir que la Iglesia no esté haciendo esfuerzos considerables para remontar la curva descendente de las vocaciones (Jornadas de Oración, Congresos, Encuentros nacionales y regionales, publicaciones, campañas de sensibilización, numerosas iniciativas pastorales…). Y, sin embargo, se puede enfocar mal la Pastoral Vocacional. Por ejemplo, no hay que desvincularla de la pastoral general, de la vida de la iglesia local tomada en su conjunto. La finalidad de la Pastoral Vocacional no ha de limitarse a buscar candidatos para los centros de formación. Tiene que animar la dimensión vocacional de todo cristiano, la proliferación de carismas, la valoración del sacerdocio y de la vida consagrada. Ha de poner a toda la Iglesia en “estado de llamada”, de escucha atenta a la voz de Dios.

Tampoco es bueno extrapolar y desmesurar los datos con unas comparaciones sociológicas mal enhebradas y unas conclusiones eclesiológicas de vía estrecha. No absoluticemos las cosas, como si la continuidad de la Iglesia dependiera sólo de que los seminarios y casas religiosas se llenen de seminaristas y postulantes. Un enfoque catastrofista crea una psicosis que, lejos de solucionar la cuestión pasa a ser parte del problema. Una Iglesia angustiada no es atrayente; espanta más bien a las posibles vocaciones. Tratar el problema vocacional como una patología aislada y con perfiles propios sería erróneo. La crisis vocacional es un asunto de “medicina general”, o, si se prefiere, de “salud general”. No de un sector especializado. El florecimiento vocacional se tiene que contemplar como un fruto de la vitalidad de las comunidades cristianas. Es verdad que es Dios quien llama y su gracia es soberana. Pero aliviar la situación o, al menos “parchearla”, con vocaciones de candidatos sin historia eclesial, de dudoso equilibrio humano o desarraigo social, no es lo deseable. Convertir la excepción en regla sería nefasto.

Unas reflexiones de sentido común

- La escasez de vocaciones no es sino el reverso de la escasez de cristianos verdaderos en las edades propicias a la vocación (infancia, adolescencia y juventud). Los niños y jóvenes actuales son en su mayoría los hijos de los neo-paganos que se han ido desapuntando de la Iglesia en los últimos treinta años. Constituyen ya un fenómeno masivo. Tenemos toda una generación de españoles sin referencias cristianas, o muy leves y desenfocadas. Por lo tanto, en la línea de la “nueva evangelización”, se impone resembrar el terreno para que surjan nuevas comunidades cristianas juveniles. En muchos casos, habrá que partir de cero en cuanto a formación cristiana y de cien en cuanto a tendencias “paganas”. Pero evangelizar nunca fue tarea fácil y sí estimulante. Leamos de nuevo Evangelii nuntiandi: la evangelización es una actividad rica y compleja. Requiere unas condiciones básicas y simultáneas:

  • Unos ambientes (educativo, cultural, recreativo, mediático…), que sean favorables a los valores espirituales y a la visión cristiana de la vida.
  • Unos cristianos adultos de referencia para los jóvenes (familias, educadores, catequistas…) que sean verdaderamente testimoniales y convincentes; que trabajen y convivan con ellos dándoles su tiempo y su prioridad.
  • Unos pastores con ilusión, capacidad de iniciativa y de liderazgo espiritual.
  • Unos procesos de iniciación cristiana serios y bien trabajados, que introduzcan a los chicos y chicas de hoy en la totalidad del misterio cristiano; cultivando con mimo cada planta desde la raíz hasta los frutos.

- Permitidme que insista en la centralidad de Jesucristo. Una pura praxis moral de inspiración cristiana (por atractiva y juvenil que sea) o bien una enseñanza doctrinal (por ilustrada y fundamentada que se dé), si están desvinculadas de la persona viva del Señor, no forman cristianos verdaderos. Es triste ver a chicos y chicas que han pasado un tiempo considerable en colegios, parroquias y obras cristianas y que, si bien conocen bastantes “cosas sobre Jesús”, no conocen a Jesús. Sólo quien ha conocido a Jesucristo de modo personal con un conocimiento ungido de dones espirituales puede plantearse la pregunta clave: “¿Señor, qué quieres que haga?”. Ante la persona de Jesús es inevitable decidir el sentido y la orientación de la propia vida; es posible y deseable entregarla con gozo y humildad a su causa y al servicio de su Iglesia. De lo contrario, nos perderemos en un mar de cuestiones previas que terminan ahogando la llamada de Dios.

- Los grupos juveniles cristianos que se mantienen con vigor, aunque sean pequeños en número, y que cultivan la vocación en toda su amplitud son grupos que aseguran lo esencial cristiano sin reduccionismos ni prejuicios ideológicos:

  • Cultivan la oración asidua de sus miembros como práctica asentada en su vida (grupos de oración, práctica de retiros y ejercicios espirituales…).
  • Viven la Eucaristía como centro de su vida (Misa dominical, adoración al Santísimo Sacramento…).
  • Inician a sus miembros en la praxis moral cristiana con un sentido creciente y positivo. Confesión frecuente. Dirección espiritual. Seguimiento personalizado.
  • Conocen a la Iglesia y la aman porque es inseparable de Jesucristo. Afecto eclesial que se manifiesta en una alta estima del Santo Padre, el Obispo, los sacerdotes, la Parroquia… Su conciencia de pertenencia eclesial se hace progresivamente más amplia, más allá del propio grupo de fe.
  • Presentan una buena inserción en el mundo como ciudadanos útiles y positivos. Con un correcto rendimiento académico y con ilusión profesional. Con sentido de la justicia social y amor concreto a los pobres y desvalidos de la sociedad.
  • Practican la caridad cristiana en las relaciones humanas, más allá de la mera simpatía o de la pandilla espontánea. El grupo ayuda a crecer en una afectividad bien integrada en la personalidad humana y en una castidad liberadora.

4. Por todo lo dicho, me reafirmo en la vigencia de los Seminarios Menores como escuela de formación integral cristiana y semillero de seminaristas mayores que aporten continuidad, normalidad y estabilidad al Seminario Mayor. Pero los Seminarios Menores se nutren en general de los hijos de familias cristianas, favorables a la vocación. Con lo cual - no lo olvidemos – estas canteras se van a ir estrechando cada vez más.

5. Mientras dispongamos de Seminarios Mayores con visibilidad y fuerza en la diócesis, éstos han de constituir la comunidad diocesana de referencia vocacional para las demás (sean éstas parroquiales, de movimientos, de nuevas comunidades…). Esto no depende sólo de la calidad ocasional de los seminaristas de nuestros seminarios sino que forma parte de la misión que el Señor le ha encomendado en su Iglesia. Lo que en tiempos de abundancia vocacional se vivía sin conciencia refleja, ahora ha de ser una evidencia gozosa y una responsabilidad compartida por todos los que constituimos la comunidad del Seminario, seminaristas y formadores.

A modo de conclusión

En la Pastoral Vocacional hay iniciativas y actividades que atienden las urgencias más inmediatas y que son valiosas y necesarias. Por ceñirme a las que se realizan en nuestra archidiócesis de cara a las vocaciones sacerdotales:

- Infancia: Monaguillos, Escuela de Monaguillos de la Catedral, Preseminario, Campaña Vocacional en colegios, catequesis, misas parroquiales, Convivencias de fin de semana y Campamentos de Verano, revistas y hojas vocacionales.

- Jóvenes: Jornadas abiertas en el Seminario para jóvenes, presencia del Seminario en los Encuentros diocesanos de jóvenes, marchas y peregrinaciones, encuentros con el Papa, vigilias de oración…

- Campaña del Seminario. Presencia en parroquias, colegios y medios de comunicación, propaganda, colecta; Cadena de Oración, vigilias de Adoración Nocturna…

Pero, sobre todo, - y ésta es mi aportación más específica - la verdadera Pastoral Vocacional se ha de hacer de aquí a seis años vista (lo que dura un Seminario Menor). En este tiempo hemos de crear y promover comunidades cristianas juveniles o bien comunidades cristianas diversificadas con una significativa presencia de los jóvenes. Allá donde existan jóvenes cristianos conscientes y orgullosos de serlo florecerá la vocación y se planteará abiertamente la pregunta vocacional sin que ésta suene a hueca o a extemporánea.

Seis años es un tiempo talismán. En lo académico, es el periodo en que los chicos y chicas que empiezan la ESO culminan su formación de Bachiller o Profesional y se plantean su futuro. En la vida cristiana, han recibido los sacramentos de la iniciación – ójala que así fuera - y ya no tienen ningún “deber” extrínseco que les vincule a la vida parroquial. Aquí es donde nuestra Iglesia se la juega. Hemos de ofrecer espacios de vida cristiana fuertes, consistentes, con interés y contenidos propios, que se sostengan por sí mismos; donde los adolescentes y jóvenes se sientan protagonistas de su vida cristiana y eclesial. Para ello hemos de ser coherentes y destinar a este trabajo a las personas más capacitadas (sacerdotes, religiosos y laicos), sacrificando otras necesidades y tareas en la iglesia diocesana.

A VUELTAS CON LA FAMILIA

Vayamos por partes. Que todo ser humano nace de la unión de un principio masculino (espermatozoide) y de otro femenino (óvulo) es algo evidente. Será, entonces, preferible que esta unión se produzca del encuentro personal de los dos progenitores que no de la manipulación de los científicos en el anonimato del laboratorio. Mejor aún si es engendrado en un encuentro amoroso de ambos y con la voluntad expresa de buscar el milagro de la vida humana en medio de un inmenso océano de posibilidades estadísticas. Mejor todavía si esos progenitores se conocen personalmente entre sí y se han prometido un amor fiel y estable, duradero en el tiempo y desafiante de los vaivenes y contratiempos de la existencia. Llegados a este punto, tendremos ya unos verdaderos “padres”, en sentido pleno, y el ser nacido tendrá el estatuto de “hijo”. A su nacimiento seguirá una educación armónica y estable en la que cada uno aportará no sólo sus genes sino su personalidad propia (masculina y femenina); su cuerpo, mente y espíritu.

¿Hasta aquí me siguen? Pues bien, acabamos de inventar… ¡la familia! (simplemente, sin adjetivos innecesarios). La familia es esa unión en convivencia de un varón, una mujer y unos hijos, en la que se dan la totalidad de las condiciones favorables para el desarrollo de todos y cada uno de sus miembros a lo largo del tiempo. El posible deterioro de la vida familiar proviene de la fragilidad de todo ser humano –algo inevitable- pero no de la fórmula en sí.

Sigamos adelante. Si esa familia está abierta a una dimensión transcendente de la vida, se afirmarán y prolongarán los pasos anteriores. El amor mutuo de la pareja será considerado como un don inmerecido que hay que cultivar con mimo cada día. La transmisión de la vida será buscada y recibida con respeto y admiración: el regalo de los hijos viene de Otro y halla en Él su último destino. El padre y la madre se considerarán agraciados y no propietarios de sus descendientes. Finalmente, no faltará en esa familia la entrega gratuita de sí mismo a los demás, la educación paciente y vocacional de los más pequeños, el sentido de la fiesta, la apertura al resto de la sociedad y la preocupación por los más pobres. Desde un punto de vista social, cultural y hasta económico… ¿hay quien dé más y más barato?

Estamos hablando del ideal, pero de un ideal fundamentado, posible y –a Dios gracias- ampliamente realizado. Es verdad que hoy nos encontramos con situaciones “de hecho” que se alejan en mayor o menor medida de esta familia plena y completa. Se han detenido en un estadio anterior o aún les falta algún elemento. No vamos a valorar ahora desde un punto de vista moral cada caso diverso (en algunos supuestos nuestro veredicto sería muy severo, en otros más comprensivo). Terminamos simplemente estableciendo estas tres conclusiones:

- Las situaciones problemáticas, ambiguas o insuficientes… ¡no se pueden equiparar con la familia ideal aquí descrita! Habrá que abordarlas, ciertamente, pero no se las puede tratar igual tanto por los particulares como por las instituciones públicas.
- Todos estamos humana y moralmente obligados a buscar y favorecer las fórmulas más plenas y satisfactorias. Aquellas que son avaladas por la recta razón y por la experiencia secular: una familia que funcione bien.
- Con estas ideas bien claras, no hemos de tener miedo al cambio. Las formas de convivencia y de relación están sujetas a la evolución, también las que afectan a la familia. No hay razón alguna para tacharla a ésta de “tradicional” por ser inmovilista y desajustada con la realidad.

Última observación. Uno siente la necesidad de escribir estas cosas a la par que un cierto sonrojo por hacerlo. ¿Qué ha pasado para tener que proclamar estas obviedades? ¿Tendremos que demostrar que el sol sale cada mañana y se pone cada tarde? Es, cuando menos, preocupante.

VISITAR EL PASADO (La memoria de los mártires)

Publicado en Diario de Burgos. Octubre 2007.

En los años delicados de la transición de la dictadura a la democracia, los españoles hicimos un pacto de amnesia colectiva. El fantasma de la guerra civil aún se agitaba en las conciencias de una gran mayoría. Apenas había pasado una generación y la herida de las “dos Españas” estaba fresca, sin cicatrizar. Sólo cabía un compromiso de generosidad para que todos pudiéramos construir un futuro común sin recaer en los viejos errores familiares. Así lo comprendimos y lo pusimos en práctica. Para ello había que actuar “como si” se hubiera olvidado “aquello”, lo innombrable, lo fatídico. Todos hicimos un voluntarista lavado de memoria. Por un tiempo, las fuerzas políticas orillaron sus diferencias y sus reivindicaciones maximalistas. La Iglesia pospuso la exaltación de sus mártires. El paso del tiempo borró las tumbas y las cubrió de hierbas anónimas. Y con la aprobación de la Constitución de 1978 se declaró finalizado el duelo. No podíamos estar viviendo permanentemente en las trincheras.

Ahora, treinta largos años después, muchos vuelven a mirar hacia atrás. No cabe duda, la turbulenta España de la primera mitad del siglo XX sigue fascinando a los anodinos españoles de hoy. Pero, ¿a qué precio? ¿Se está traicionando el espíritu de la transición? ¿Reaparecen la revancha y los odios irreconciliables? Para algunos así es. Mirar al pasado les parece inútil y peligroso; sobre todo si son los demás quienes lo hacen. Pero otros pensamos que hay que continuar reconquistando aquella “libertad sin ira” que dejamos congelada hace tres decenios; creemos, quizás ingenuamente, que se puede ensanchar la memoria sin por ello ahondar las fosas.

Con el tiempo se han serenado los ánimos y decantado las verdades. Los nuevos españoles no sólo no hicieron la guerra, muchos tampoco la transición. Llegado es, pues, el tiempo de que quien lo necesite pueda retomar el hilo donde lo dejó; que cada grupo pueda recuperar a sus muertos, venerar sus recuerdos y rescatar sus ideales sin que sea molestado por la suspicacia o la inquina del vecino. Para hacerles justicia y serenar su corazón.

Ahora que los católicos españoles nos disponemos a ensalzar por muchas y buenas razones el heroísmo de nuestros mártires del siglo XX, para conocerlos mejor y proseguir en tiempos de paz su testimonio apaciguador, ¿por qué nos ha de extrañar que otros quieran hacer algo similar con quienes se entregaron de buena fe a causas que juzgaban nobles? No piden sólo medidas administrativas y compensaciones económicas. ¡Buscan el honor! Sólo cuando muchos españoles hayamos visto reconocidas las vidas y las muertes de nuestros antepasados podremos sentirnos libres y mirar hacia adelante con satisfacción y orgullo, sin guardar nada entre paréntesis.

Pero esta visita al pasado puede ser una trampa si, bajo huecas palabras, se escondiera un imposible arreglo de cuentas con la historia y sus herederos, o bien el afán morboso de airear episodios horrendos o de dar audiencia pública a siniestros personajes. La “memoria-basura” no sólo removerá viejas pasiones y vergüenzas sino que nos deslizará más y más por la pendiente del mal gusto, al que somos tan dados. No se trata, en fin, de reescribir la historia al albur de cada cual, sino de comprenderla en su complejidad y trágica grandeza. Como han tenido que hacer tantos pueblos para poder sencillamente sobrevivir con dignidad.

ARQUITECTURA DOMÉSTICA (¿Matrimonio homosexual?)

Artículo escrito en la primavera de 2006.


Les conocí hace años. Marino y Encarna formaban una pareja simpática y bien compenetrada. Tristemente, los dos murieron sin tener tiempo para desarrollar todos sus proyectos, como suele suceder. Ella era una mujer de empuje e iniciativa. Su creatividad desbordante le llevaba a un continuo tejemaneje en su viejo caserón rural. Todos los años Encarna movía al menos un par de tabiques para ampliar, reformar o retocar alguna de las dependencias de su amplia vivienda. Era su manera de sentirse viva. Marino, castellano viejo, asistía impasible. Sabía de sobra lo inútil de cualquier oposición. Aquellas sucesivas reconversiones eran el precio necesario por haber unido su destino a esposa tan activa e ingeniosa. "Que todo pare en esto", parecía decirse resignado.
Pero un día Marino se plantó. Arqueó la ceja y sin alterar el pulso le atajó con firmeza: "¡Encarna, esa pared no se toca! ¿No ves que es un muro de carga?" Su santa, en su ímpetu reformista, estaba a punto de pisar la raya fatal. Pretendía mover una pared maestra del edificio, una pieza en la que descargaba una porción considerable de las fuerzas y del peso de la construcción. Desplazar ese muro era un experimento aventurado. ¿Qué podría pasarle a aquel vetusto y noble caserón? Si no se venía abajo, quedaría al menos resentido. Se producirían unas sobrecargas y unos desplazamientos peligrosos, que comprometerían el equilibrio del conjunto y debilitarían la estructura invisible de la vivienda. La casa -¡toda la casa!- ya no sería la misma. En adelante, no se sentirían seguros, ni ella, ni él, ni nadie. Además, -pensaba Marino- aquella operación, como de hecho todas las demás, ¡no era imprescindible! Se podía plantear de otra forma, o bien seguir viviendo tan ricamente sin acometerla.
La historia me viene al pelo para aplicarla a las convulsiones de nuestra sociedad, de nuestra “casa común”. Me refiero en particular a todo el tinglado que se ha montado a propósito de la regulación legal de las parejas homosexuales. Quienes la promueven, nos la quieren presentar como una buena solución a un problema real. La situación social de los homosexuales –se nos dice- va cambiando. Lentamente se superan prejuicios, se modifican de hecho los comportamientos morales, haciéndose más libres y tolerantes. Sólo falta que cambien las leyes con medidas igualitarias, que acaben de una vez con la discriminación hasta ahora imperante.
¿Razonable, no? Y bien, ¿cuál es el precio? Nada, algo tan simple como un cambio de tabique. Se ensancha el salón para que quepa más gente y que entre el que quiera. A nadie se le obliga a entrar…

Pero, entonces, se alzan voces discrepantes: algunos políticos, por cierto de signo diverso; algunos jueces e instancias judiciales; algunos psicólogos, terapeutas, educadores, profesores, juristas, catedráticos; varios periodistas y escritores; y, como era previsible, todos los obispos, y con ellos la mayoría de los cristianos, en cuanto ciudadanos libres y comprometidos que queremos ser… (¡Qué manía la de simplificar una vez más el asunto, como si se tratara tan solo de una “guerra” entre gobernantes y obispos!). Secillamente, no compartimos la inocencia e inocuidad de una tal medida. La advertencia es seria: ¡se están moviendo unas estructuras fundamentales de la sociedad civil!

En este caso, como en otros similares que no citaré aquí por ser breve, se necesita ante todo un debate social, no sólo parlamentario o de un comité de expertos. Un debate amplio y de hondo calado, que supere la frivolidad reinante. Varias son las cuestiones que se entremezclan. Están, ciertamente, la de orden moral y antropológica (¿cómo se valora la homosexualidad?); la cuestión cívica (la integración de los homosexuales en la sociedad); la de tipo semántico (¿vale o no el término “matrimonio” para denominar ambas uniones?); la cuestión jurídica (igualdad de todos ante las leyes)… Todas ellas son pertinentes y merecen ser respondidas. Bienvenidos sean cuantos medios educativos y legales ayuden a mejorar la situación de los homosexuales. En eso, creo percibir consenso. Pero detrás de todos estos requerimientos aparece una cuestión preocupante de identidad social (¿queremos que la unión estable de un hombre y una mujer, abierta a la procreación y constituyente de una unidad familiar, siga siendo la pieza clave configuradora de la sociedad?). Si nuestra respuesta es afirmativa, escuchemos de nuevo el sabio consejo de mi amigo Marino: ¡Esa pared ni tocarla, déjala tranquila! Remover, banalizar o desnaturalizar a una institución social ya consolidada como es el matrimonio y la familia, con el pretexto de que quepan todos, sería una irresponsabilidad suicida.

El debate sigue en la calle y es bueno que así sea. Pero mejor aún, si los unos y los otros, en lugar de atrincherarnos en nuestros prejuicios, nos percatamos solidariamente del envite. Como los personajes de mi historia: Encarna y Marino se necesitan mutuamente, son complementarios y acaban entendiéndose. No en vano habitan en la misma casa.

LA MISIÓN DEL CATEQUISTA (Pequeño Decálogo)


Breve síntesis para fundamentar y evaluar la práctica de la Catequesis. Podemos resumirla en este Decálogo

1. El catequista es un continuador del Verbo encarnado (la Palabra en la Vida)

"Me has dado un cuerpo"… "La Palabra se hizo hombre"…"Últimamente nos habló por su Hijo"…
Tenemos que ir al encuentro de Dios por el mismo camino que Él ha tomado para venir a nuestro encuentro. Por el camino de la humanidad, el camino de la encarnación (histórico, existencial, vivencial, cultural…). El camino de la comunicación. Esto supone:
- compartir la vida: cercanía, relación personal con los catequizandos
- comunicación de hechos y palabras (no sólo de palabras)
- escuchar sin prejuzgar (preguntas, interrogantes, preocupaciones), sensibilizarnos a la situación de las personas, para poder responderles desde la fe

2. Iniciar en la fe de la Iglesia

Iniciar, iniciación… son palabras que nos refieren a algo que germina para luego llegar a su término: un camino, un trayecto, un proceso… Iniciar es introducir, acompañar, revelar un mundo desconocido. ¡Qué misión tan importante la del catequista: compartir con otros la aventura de la fe: su gestación, su crecimiento, su maduración! Así, con este sano orgullo lo expresaba San Pablo.
“Pues aunque hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no habéis tenido muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús” (1Co 4,15).

No se trata de iniciar a los demás en la fe personal del propio catequista, con el paradigma de su propio proceso, de su vocación y sus carismas, de sus devociones privadas, de sus preferencias espirituales… sino de iniciar en la fe de la Iglesia. Es decir, la Fe predicada por los Apóstoles y los demás testigos; la fe de los mártires y los santos, la de los grandes teólogos; el depósito que está al cuidado del Magisterio.

- El catequista tiene que “iniciar”, ayudar a descubrir ese tesoro común. No le corresponde a él “seleccionar” o reducir el mensaje a sus preferencias (lo que a él le gusta y le motiva) o a sus capacidades (lo que él practica y cumple con desahogo). ¡Cuántas veces habremos de anunciar verdades de fe que personalmente vivimos de manera muy deficiente! Pero no nos anunciamos a nosotros mismos. Anunciamos la gracia de Dios, que todos, también nosotros los catequistas, necesitamos.
- La Iglesia es un sujeto plural, un Pueblo de creyentes convocado por la Trinidad. La Fe tiene por naturaleza una forma eclesial y comunitaria. La Fe no se transmite solamente para cubrir las expectativas humanas y espirituales de cada individuo (dar sentido a su vida, solucionar sus problemas…) sino para introducirle en el Pueblo de la salvación.
- Si bien la Catequesis puede tener momentos “antropológicos” (= iluminar los misterios del hombres), su centro y su cima es “teologal” (= dar a conocer los misterios de Dios). Éstos, por su naturaleza, van más allá de toda pretensión humana.

3. La fe se “educa” de dentro a fuera

Si “educar” en sentido etimológico significa sacar a la luz lo que está oculto, para educarse la Fe, ésta de alguna manera tiene que estar ya “dentro” del sujeto. No se la introduce desde fuera como un cuerpo extraño sino que se la extrae como un tesoro ignoto y escondido en el campo, con sorpresa y alegría. Aunque hayamos de invertir todo nuestro capital humano para conseguirlo.

- Según esto, el catequista se tiene que preguntar: ¿qué es lo que estos catequizandos han recibido ya de parte de Dios, antes de empezar todo aprendizaje, antes de recibir la primera catequesis? Para responder a esta cuestión, la teología viene en nuestra ayuda:
> La imagen de Dios; más aún la imagen de Cristo, a quien todos nos parecemos y de cuyos “genes” divinos todos somos portadores.
> La filiación divina, recibida de nuestro Padre y Creador en el momento de nuestro nacimiento y que se ratifica en el Bautismo y la Confirmación. No hay ningún ser humano que no sea germinalmente “hijo de Dios” por adopción, destinado a la plenitud de la vida divina. (De ahí que justificadamente el Magisterio haya desechado la hipótesis del limbo, un estado para "puros hombres" sin filiación divina).
> La obra redentora de Cristo, consumada especialmente en el Misterio Pascual, cuya eficacia alcanza a toda la humanidad.
> La presencia santificadora del Espíritu Santo, que es el maestro interior que suscita en nosotros el amor a la verdad y el deseo de amar y de hacer el bien, como algo inscrito en nuestra naturaleza y vocación primera.

- El catequista/educador en la fe tiene que ser consciente de que en su trabajo no parte de cero: las bases ya están puestas por el mismo Dios y tendrá que construir sobre ellas, y no al margen. Con paciente respeto y humildad, se hace colaborador de la obra de Dios y de la acción del Espíritu. Parte de lo “ya dado” para que progrese y fructifique. Su tarea va de dentro a fuera: de lo oculto a lo descubierto, de lo inconsciente a lo consciente, de lo implícito a lo explícito… de lo interior a lo exterior. Como Jesús con la Samaritana: “Si conocieras el don de Dios…” (Jn 4,10). Hemos de quitar todo obstáculo y desbrozar el pozo para que mane el Agua Viva del Espíritu.

4. La fe se “anuncia” de fuera a dentro

La máxima bíblica “fides ex auditu” (la fe viene de la palabra oída) nos indica el dinamismo de la revelación cristiana. La fe se transmite como un mensaje que “se oye” e interpela a los oyentes. Un mesaje vivo, compuesto de hechos y palabras. Como recoge el Concilio Vaticano II en el nº. 2 de la Dei Verbum:
“Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas”.

Normalmente la transmisión de la fe sigue este itinerario u otro equivalente a éste:
- Un acontecimiento exterior o un signo percibido que interpelan y tocan el corazón de la persona (hechos).
- Un entorno de personas creyentes (familia, parroquia, colegio cristiano…) que suscitan la admiración y la sana emulación con el ejemplo de su vida.
- El encuentro y relación con una persona de la comunidad cristiana a la que el candidato plantea sus preguntas e inquietudes (padres o amigos cristianos, sacerdote, catequista, padrinos de Bautismo o Confirmación…).
- El anuncio autorizado de la Palabra de Dios (hecho por el catequista, el sacerdote o el obispo en el momento oportuno; es decir, en el momento de gracia escogido por Dios).

5. El dinamismo del lenguaje de la Fe (las parábolas de Jesús)

Las parábolas y las comparaciones recogidas en los evangelios no son sólo recursos didácticos que podamos utilizar provechosamente en catequesis sino que estas pequeñas narraciones de Jesús nos muestran –en su estructura y contenidos- cómo entendía y practicaba Él la transmisión de la fe. Veamos un ejemplo práctico:

“Mirad los pájaros: no siembran, ni cosechan, ni guardan en almacenes, y, sin embargo, vuestro Padre que está en los cielos los alimenta. ¡Pues vosotros, valéis mucho más que los pájaros! Por lo demás, ¿quién de vosotros, por mucho que se preocupe, podrá añadir una sola hora a su vida? ¿Y por qué preocuparos a causa de la ropa? Aprended de los lirios del campo, cómo crecen. No trabajan ni hilan, y, sin embargo, os digo que ni siquiera el rey Salomón, con todo su esplendor, llegó a vestirse como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy está verde y mañana será quemada en el horno, ¿no hará mucho más por vosotros? ¡Qué poca es vuestra fe! No os preocupéis pensando qué vais a comer, qué vais a beber o con qué vais a vestiros. Esas son las cosas que preocupan a los que no conocen a Dios; pero vuestro Padre que está en los cielos ya sabe que las necesitáis. Vosotros, antes que nada, buscad el reino de Dios y todo lo justo y bueno que hay en él, y Dios os dará, además, todas esas cosas. No os inquietéis, pues, por el día de mañana, que el día de mañana ya traerá sus inquietudes. ¡Cada día tiene bastante con sus propios problemas!” (Mt 6,26-34)

Normalmente Jesús no habla de Dios con “definiciones caídas del cielo” o con enigmas misteriosos o indescifrables. Escribe con el dedo en el suelo (Jn 8,6-8); es decir, introduce su palabra luminosa y deja sus huellas personales en la tierra de los hombres, en medio del barro y del polvo común, donde todos lo pueden ver y entender si tienen interés y corazón sincero. La Palabra de Dios destaca y se hace comprensible sobre el fondo de las palabras humanas, utilizando su mismo lenguaje.


Concretamente, en este pasaje de Mateo Jesús utiliza unas comparaciones sacadas de la vida rural (los pájaros, los lirios, la hierba del campo), unas referencias históricas conocidas de sus oyentes (el rey Salomón). Con ellas evoca unas experiencias humanas básicas (comer, beber, vestirse, preocuparse, inquietarse por el futuro…). Es dentro de esta parcela vital donde emergerá la llamada divina. ¿De qué manera?

- Superando la mentalidad de sus oyentes, sus propias ideas de las cosas, su autocomprensión (“Valéis mucho más que...”).
- Corrigiendo sus estrecheces y contradicciones (“¿Quién podrá añadir una hora a su vida?”…).
- Ensanchando sus ideas y comportamientos religiosos (“¿No hará mucho más por vosotros?”…. “¡Qué poca fe!”…“Así piensan y actúan los paganos”…).
- Proponiendo metas novedosas e ilusionantes, que abren horizontes insospechados (“Buscad el Reino de Dios y su justicia”…)

8. Diversas catequesis de Jesús


7. La pedagogía de Jesús (la persona no el libro)
5. La integralidad y la organicidad de las verdades de la fe
10. El catequista y la comunidad cristiana
6. Elementos que caminan juntos:
- Conocimiento de las verdades de la fe
- Oración personal y comunitaria
- Celebración litúrgica
- Moral cristiana



Manual de Buenas Prácticas

Unos itinerarios de Catequesis de infancia y adolescencia.
· Elementos que ha de contener cada paso
· Distintos pasos progresivos
· Cómo hacer una programación

Preparar la catequesis
· Preparación remota:
1. Estudiar con antelación y orar personalmente aquellos pasajes de la Palabra de Dios, que vayan a ser el centro de cada sesión de catequesis.
2. Pensar en los destinatarios de la Catequesis, en su vida concreta y anotar todo lo que tenga que ver con el tema a desarrollar (hechos de vida, frases escuchadas, aficiones, relaciones, preocupaciones…). Para eso, es preciso conocerlos fuera de la sesión de catequesis, conocer a sus familiares y amigos; hablar con ellos no sólo en grupo sino en privado, no sólo de “temas religioso-piadosos” sino de todo aquello que toca a su vida y tiene un interés personal.
3. Estudiar detenidamente los recursos catequéticos (Guía del Catequista, Cuaderno del alumno, métodos propuestos…), para ver cuáles son los elementos pedagógicos aprovechables para construir la sesión de catequesis, teniendo en cuenta el nivel y el carácter de los chicos, las condiciones del local y el tiempo de que disponemos).

· Preparación próxima
Cada sesión de catequesis ha de contener estos pasos:
0. Un momento de oración, al comienzo. Un breve espacio que cree el ambiente religioso adecuado para la catequesis, diferenciándola de una clase escolar.
1. El planteamiento: marcar el terreno donde se quiere sembrar la buena semilla; introducir el tema no de forma doctrinal o abstracta sino utilizando hechos de vida. Para ello cuento con un amplio abanico de posibilidades: la vida personal de los catequizandos, la vida social de nuestro pueblo; hechos de la actualidad, de personajes históricos, de santos y testigos de la fe, de parábolas de Jesús, de experiencias de la Virgen María o de los apóstoles… En todo caso, algo vivo, narrativo, histórico (evitar cuentecillos o “ejemplitos” de ficción), que les enganche e interese.
2. El Mensaje. La lectura/comentario de unos textos de la Palabra de Dios o de la Fe de la Iglesia (textos clave, no cualquier autor menor) ha de situar la experiencia inicial a otro nivel. Un nivel teologal: el conocimiento de Dios, de su manera de ser y comportarse con nosotros, de sus proyectos para la humanidad y para cada uno. Es el anuncio de una novedad que supera nuestras expectativas y deseos más profundos.
0. La asimilación del Mensaje. Se trata de interiorizarlo y arraigarlo en nuestra vida sin que pase de largo, como si fuera una palabra más que se lleva el viento. Para ello, puedo echar mano de todos los recursos de la buena pedagogía y de la espiritualidad cristiana:
- Dibujo. Audiovisuales.
- Talleres. Trabajos de grupo.
- Memorización de palabras, frases o de fórmulas clave.
- Momentos de oración especiales. Símbolos religiosos.
- Compromisos prácticos de moral cristiana

Se debe terminar la sesión con una breve oración conclusiva. Después de ésta (mejor que hacerlo antes) aprovechar para dar a los chicos las informaciones, consejos prácticos, consignas de organización…

LAS TENTACIONES DE "BOJ" (La Cuaresma)

Me refiero a las sufridas por el justo JOB, sólo que al revés. Las de Job las conocemos bien por el relato bíblico. Satán le pide permiso a Dios para tentarle. Piensa que tras las pruebas dejará de creer y serle fiel. Dios, que está seguro de lo contrario, le concede su petición y comienza el juego de rol. En pocas jornadas Job lo pierde todo. Sus bienes (ganados, criados, casa…); su buena familia (mueren sus hijos y descendientes, su mujer se rebela contra Dios y contra él, sus amigos le critican…); su salud (el cuerpo se le cubre de llagas y de dolores…). Pero a Job le queda el Señor y, a pesar de los pesares, a Él se agarra con una fe desnuda y heroica. Y finalmente resiste a todas las pruebas. Satán suponía que, al perderlo todo, Job renegaría de Dios y abandonaría la fe. Pero se ha equivocado. Dios ha ganado la apuesta.

Las tentaciones de “BOJ” serían inversas. Satán viene ahora a tentar a las sociedades “cristianísimas” de Occidente con la lección aprendida. Después de los horrores de la primera mitad del Siglo XX (Guerra mundial, Guerra Civil española, miseria…), Europa se agarró a su fe religiosa y ésta se vio fortalecida. Los templos se llenaban de fieles antes de que se pudieran reconstruir los muros y techumbres derrumbados. Las vocaciones sacerdotales y consagradas hinchaban a rebosar las casas de formación. ¿Qué hará ahora el diablo? Cambiará de táctica. En lugar de quitar lo poco que las personas tengan… ¡lo dará todo!, a manos llenas. Más dinero, más bienestar, más adelantos científicos… Más conocimientos, más estudios, más información… Más salud, más longevidad… Más diversiones, más viajes, más consumo… Es la tentación de la sobreabundancia. Piensa el tentador que las personas hartas de pan y saturadas de cosas ya no recurrirán a Dios. Los conocimientos científicos remplazarán a las ideas religiosas y Dios ya no será necesario. Como resultado, la Fe se verá abandonada poco a poco, sin rupturas traumáticas, como se abandonan los viejos cacharros de nuestras abuelas. Los símbolos de la fe van a ser piezas de museo, objetos curiosos.

En esta ocasión –hay que reconocerlo- Satán parece haber acertado y ganado a Dios la partida. Su estratagema es inteligente. La apostasía religiosa de nuestros contemporáneos es tan dulce como masiva. Se olvidan de Dios como se olvida un paraguas en el asiento del autobús. Tres días después (o tres meses, o tres años), ya no se acuerdan de nada. La mayoría no sabría decir si cree o no; mucho menos, cuándo, cómo y por qué dejó de creer. ¿La Fe?... ya no preocupa. No hay tiempo ni ganas para esas historias.

Las tentaciones de BOJ son enormemente peligrosas. Narcotizan la conciencia de quien las recibe eliminando poco a poco su capacidad de resistencia y de autocrítica; disuelven sus convicciones y valores. Un estómago agradecido y una mente embotada ya no reaccionan. Nos dejamos llevar suavemente cuesta abajo… hacia la nada.

Junto con la Fe en Dios se pierden normalmente otras cosas fundamentales. La verdadera fraternidad entre los hombres, el valor indiscutible de la persona humana, la pasión por la justicia social, el respeto hacia los diferentes, la convivencia abierta y sin prejuicios…

¿Cómo se combaten estas tentaciones tan insidiosas y camufladas? Antes de que una tragedia personal o colectiva nos abra de nuevo los ojos a la cruda realidad, aún hay unos remedios eficaces. Jesús los ha experimentado personalmente en el desierto: ayunar y alimentarnos de la Palabra de Dios; o bien, lo que nos propone claramente en otro lugar: la Oración y la Penitencia. Necesitamos, pues, la Cuaresma, para que estos remedios nos hagan reaccionar a tiempo. ¡Bendita Cuaresma, tiempo saludable! Si no existiera habría que inventarla.

EDUCAR A UN CIUDADANO (¿La EpC?)

 EDUCAR A UN CIUDADANO



Ser y sentirse simple “ciudadano” vuelve a estar de moda. La “ciudadanía” es un título revaluado, en alza; un concepto que hay que llenar a toda prisa de contenidos, de proyectos, de realidad. No basta con tener un DNI, que nos hace súbditos de la comunidad jurídica. El ciudadano se caracteriza ante todo por tener una voluntad de presencia y un sentimiento de pertenencia a la ciudad donde habita. Y habitar no sólo es tener un cobijo y un paisaje sino adquirir unos “hábitos”, unos modos de pensar, actuar y vivir que configuran la propia personalidad. La ciudadanía es más afectiva que legal. Del amor a una tierra y a quienes en ella cohabitan, que es un vínculo libremente adquirido, surgen los derechos y obligaciones del ciudadano. No se es ciudadano por real decreto sino por real afecto; no por nacimiento sino por elección.

Así entendida, la ciudadanía lleva a una participación creciente y voluntaria en las cosas públicas, en la vida de la “civitas” que entre todos configuramos. El lamentable espectáculo que, un día sí y otro también, ofrecen nuestros personajes públicos (políticos, jueces, periodistas, artistas…) no sólo produce hastío e inhibición. Afortunadamente algunos comienzan a reaccionar positivamente, en otra dirección. ¡Por encima de todo, somos ciudadanos, –lo piensan y lo dicen- y nuestra ciudadanía nadie nos la puede usurpar! Ni se enajena, ni se delega, ni se sustituye. Como votantes, podemos sentirnos frustrados, pero como ciudadanos nadie nos engaña. La ciudadanía no se traspasa con el voto periódico. Queremos, pues, ser “mayorcitos”, responsables de nuestros actos, ciudadanos protagonistas de la vida de nuestro país.

Pero entonces, ¿se puede “educar la ciudadanía”? (¿no es algo nativo y estrictamente particular?). En caso de que sí, ¿quién la educa y cómo? Son cuestiones delicadas, que difícilmente se pueden dilucidar en estas pocas líneas sin caer en maniqueísmos y simplificaciones. Partamos de un principio: todo se puede y se debe educar porque las personas somos seres sociales y en evolución. Pequeños o mayores, hemos de reciclarnos permanentemente. Por naturaleza, toda persona es un individuo en relación, en formación continua; y sólo una educación que tenga en cuenta su personalidad originaria y la globalidad de sus dimensiones constitutivas (religiosa, moral, corporal, intelectual, afectiva, familiar, lúdica, social…) será digna de tal nombre. La “ciudadanía” no tiene por qué ser diferente; es una expresión del ser social del hombre y esto no ha de quedar reducido a su sola espontaneidad. La “ciudadanía” es, pues, educable pero no de cualquier manera. Toda educación que no respete la dignidad irreductible de la persona humana y su libre determinación será una simple domesticación de comportamientos externos. No hará ciudadanos sino máquinas. En todo proceso educativo sano y bien planteado, los sujetos han de ser activos: Nos educamos todos a todos. Lo cual no quita que, con respecto a los niños y adolescentes (en edad de despertar y de crecer), tengamos los adultos una especial responsabilidad. ¿Cómo es ésta? Distingamos los distintos ámbitos educativos para tratar de ver claro.

En la familia tienen los padres o tutores una responsabilidad propia e inalienable, no sólo de criar y alimentar a su hijos sino de formar y orientar sus conciencias en conformidad con sus propios principios morales y religiosos. Con esta conciencia así formada, los niños y adolescentes se abren a la totalidad de la vida para situarse progresivamente en la ciudad con una personalidad definida y con la legítima ilusión de aportar a la colectividad algo noble e importante.

En la escuela, se modela también la conciencia moral de los alumnos, pero desde otras referencias y principios, los que provienen de la pertenencia -¡también primaria en su ámbito!- a la sociedad (ésta no se deriva de la familia, porque la sociedad no es un conjunto de familias sino otra instancia asimismo suprema y diferente de ella). Su horizonte es el bien común: todo lo que de él proviene y a él conduce. Y aquí radica, me parece, el nudo gordiano del actual debate sobre “la educación de la ciudadanía”. ¿Cuáles son las distintas competencias y responsabilidades en la configuración de la conciencia cívica de los niños y jóvenes? ¿Cuáles, las distintas perspectivas legítimas para definir el bien común?

Nadie en su sano juicio pretenderá que esta educación, con uno u otro formato, se elimine de la escuela, máxime en estos tiempos de despiste generalizado, que se disfraza de pluralismo, y de carencia de valores comunes que fundamenten una vida social en democracia y libertad. Si queremos una moral no de “mínimos” sino de “máximos”, no podemos privar a la sociedad de este instrumento educativo para proporcionar a todos los ciudadanos unas bases fundamentales de convivencia, unos puntos de referencia sólidos, que sean libremente asumidos por los futuros ciudadanos.

Ni la familia ni la escuela tienen la exclusividad de la educación, de la misma forma que la sociedad no anula al individuo sino que lo completa, y que la moral religiosa y filosófica, que nace en el santuario inviolable de la propia conciencia, no remplaza a la moral pública, basada en el bien común y en su expresión jurídica. Esto tiene que quedar bien claro si queremos salir del atolladero actual, de las posiciones prefijadas y tópicas, de las luchas estériles...

A los que hoy se encrespan a un lado y otro de la trinchera habría que recordarles los buenos ejemplos de nuestra historia reciente (no todo ha de ser negro y cavernícola). Muchos no habrán olvidado las enseñanzas de aquellos maestros o maestras de antaño sobre la honradez, el trabajo bien hecho, el respeto debido a los ancianos, a los deficientes y a los animales, el amor al pueblo, sus monumentos y sus cosas… ¿Aquello era moral pública o privada; beatería, endoctrinamiento o deber ineludible; era materia escolar o intromisión? ¿Acaso no se trataba de una forma de “educación para la ciudadanía” avant l’heure, indiscutible y benemérita? Pues bien, volvamos al buen sentido. ¿No podremos encontrar juntos unos modelos educativos actuales que ayuden a nuestros jóvenes a integrarse en la vida social y a que la puedan tomar positivamente en sus manos?

Para terminar, dos apéndices.

El primero, la condición ciudadana surge ante todo de la convivencia y de la ejemplaridad. La ciudadanía, o se hace amar en la escuela, o será una carga lectiva penosa, propicia para la burla o la picaresca. ¿Quién la enseñará? Sobre todo aquellos profesores capacitados que sean ciudadanos convencidos y ejemplares, y que sepan atraer la admiración y la emulación de los más jóvenes.

El segundo: ¿quién define el bien común? La sociedad entera con la tutela subsidiaria del Estado. Ni éste, ni sus representantes, ni sus funcionarios, ni los “sabios” designados por ellos tienen competencia para definir los principios morales e ideológicos que han de configurar la educación. Es un proceso de convergencia entre todos los actores sociales, buscando los puntos que unen y no los que separan; consensuando lo que sea básico, nuclear y positivo (la escuela no es lugar para la confrontación ideológica). Es decir, las referencias que queremos que tengan todos nuestros jóvenes, por el hecho de ser –ni más ni menos- futuros ciudadanos. En su día tomarán el relevo y les tocará decidir. Entonces asumirán posiciones más controvertidas, audaces y renovadoras.

LA COPE QUE (NO) QUEREMOS

Escribí estas reflexiones en el invierno de 2005. Se las dirigí a los directivos de la Cadena de quienes obtuve una amble e insatisfactoria respuesta. No pensé publicarla, por sentido de Iglesia, para no enredar la situación ni “dar cuartos al pregonero”. Pero las cosas han llegado a tal extremo que por la misma responsabilidad eclesial la saco ahora a la plaza pública (que no a “la palestra”, confuso término belicoso).

En mi opinión, la COPE atraviesa en la actualidad por un periodo especialmente crítico, que afecta seriamente a su identidad. Aunque la llegada al poder del Gobierno socialista haya podido exacerbar las cosas, las cuestiones que aquí planteo vienen de atrás. Afectan a la propia naturaleza de la Cadena.

Las contradicciones de la COPE

Los objetivos y los medios pueden estar bien formulados en el Ideario, pero las realidades son tercas y ponen en evidencia el sin sentido en el que, de hecho, está metida la COPE.

- Siendo la Conferencia Episcopal y algunas diócesis los accionistas mayoritarios de COPE, nada puede evitar que las opciones y actuaciones públicas de la Cadena afecten directa e inmediatamente a la Jerarquía de la Iglesia y la vinculen moralmente a los ojos de la sociedad española.
Nadie discute que la Conferencia Episcopal pueda tener sus órganos de expresión pública para el cumplimiento de los fines que le son propios (por ejemplo, Ecclesia). Pero la COPE por su historia, su volumen y su finalidad es otra cosa. Se trata, ante todo, de un medio audiovisual generalista, con vocación de presencia mayoritaria en el mercado de la información y de la producción de opinión pública. La COPE actual es un grupo de comunicación fuerte, que compite con otros para hacerse oír en el panorama español. Incide, pues, por su naturaleza, en el terreno de lo discutible, lo ambiguo y lo reformable; de los compromisos humanos cotidianos (económicos, sociales, culturales y políticos) propios de la acción temporal. Según la doctrina oficial de la Iglesia, es éste un ámbito normalmente reservado a la iniciativa de los seglares, de forma privada o asociada[1].
En pura lógica posconciliar, ¿cómo se puede justificar hoy una Radio de los Obispos? (Por la misma razón, ¿por qué no un club deportivo, un partido político, unos centros recreativos... creados, patrocinados y financiados por la Jerarquía?). En el actual planteamiento, la COPE (que, desvinculada institucionalmente de la jerarquía, sería un magnífico instrumento) resulta ser - se mire por donde se mire - un reducto de clericalismo. Algo forzado y gravoso, en primer lugar, para el propio Episcopado que la sustenta y que es causa de disgusto y división de los propios prelados entre sí[2].
- La COPE es una empresa fuerte que sólo es viable si cuenta con el correspondiente apoyo económico. Esto la lleva a entrar inevitablemente en el juego del mercado: las audiencias, las cuotas de publicidad, el fichaje de los profesionales de éxito… Aunque no se quiera, se impone una alternativa a veces cruda y radical: o audiencia, o extinción de la Cadena.
No es difícil adivinar este dilema, por ejemplo, en la operación del desembarque en COPE de los náufragos de la pirateada Antena 3 Radio. En su día se pudo justificar con la bandera de la libertad (la defensa del pluralismo informativo, de la valentía, la independencia y del nuevo periodismo de investigación…). Pero aquellos tenores (más la difunta Encarna, que ya estaba en la casa) introdujeron en la COPE no sólo miles de oyentes y millones de pesetas sino unos inquietantes vicios periodísticos y profesionales, de los que la COPE no ha podido liberarse y que, en el presente, se han agravado:
Un personalismo patológico, un sometimiento de la Cadena al servicio del “ego” desmesurado del comunicador. Una dictadura implacable del conductor de cada programa.
Un lenguaje desenfadado e insultante; que busca el efecto populista, desconociendo la elegancia y la ecuanimidad. Un discurso visceral y maniqueo, que divide la realidad en función de las filias y fobias del “ocupante” de la antena.
Un ánimo “justiciero”, que se esconde bajo la capa de la valentía informativa.
Las estrellas de la Cadena van creando escuela. Son los modelos de los jóvenes alevines y de los meritorios de provincias. Los “tics” lingüísticos y de estilo se difunden con rapidez. En definitiva, la COPE sube en audiencia, se hace competitiva… Pero, ¿a qué precio? En nada colabora a la dignificación de la noble profesión periodística. No es un ejemplo a proponer en las Facultades de Periodismo de la Iglesia. Por el contrario, la Iglesia española, en especial su jerarquía, identificada con la Cadena, en lugar de ser sal y luz, se envilece y se rebaja a los ojos de muchos ciudadanos que la aman sinceramente.
¿Acaso basta con que en la COPE no se blasfeme ni se ataque al Papa y a los Obispos, para ser una radio católica? ¿Se puede compensar la animosidad y la bajeza de los programas estelares con la inclusión de algunos espacios “religiosos” en los recovecos de la programación? Esa extraña mezcolanza del palo y el caramelo, del exabrupto y el mensaje untuoso fomenta la imagen secular de una Iglesia hipócrita, camaleónica y siempre interesada.

Una situación insostenible

El panorama sociopolítico ha cambiado profundamente después del desgraciado 11 M y su secuela electoral. La situación es preocupante por muchos y serios motivos. El actual gobierno, en lugar de tener una visión de estado y mirar con altura al bien común, se está escorando peligrosamente hacia su clientela, apoyado en sus corifeos mediáticos y culturales. Bajo capa de diálogo aparece el revanchismo sectario. Los mejores afanes morales y cívicos que llevaron a la transición democrática, plasmados en la Constitución, parecen desvanecerse. Por el contrario, el dualismo fanático, el lenguaje crispado y amenazante, el partidismo más alicorto reaparecen por doquier y con ellos el fantasma de las “dos Españas”.

En este campo de batalla (por ahora, dialéctico…) la COPE ha tomado partido y tan decididamente que, para tirios y troyanos, es el mascarón de proa de la resistencia mediática al actual gobierno. Habría que estar ciego y sordo para no percatarse de ello.

- La “politización” de los contenidos es insistente hasta la náusea. Sólo se salvan los “partes metereológicos” y aún… ¡Incluso el espacio litúrgico dominical, que dirige un hermano sacerdote, abrió una mañana con un arrebatado fervorín contra el grupo PRISA! Lo mismo que el habitualmente pacífico y constructivo Dr. Pérez Almeida, para vergüenza y confusión de sus “decanos”. ¿Nadie les ha dicho a éstos y a los demás radiofonistas de la cadena que cuando se está delante de un micrófono, sobre todo si es de la COPE, no se puede “largar” lo que a uno le venga en gana, perdiendo el respeto a sí mismo y a la audiencia?
- La uniteralidad y el tono polémico de los tres “magazines” diarios huelen a sectarismo:
Los mismos contenidos y prácticamente en los mismos términos (casi siempre antigubernamentales, despectivos e insultantes) se pasean diariamente por la cadena desde tempranas horas de la mañana hasta bien entrada la noche. ¿Hay consignas?
Los “contertulios”, los entrevistados e invitados, los colaboradores de cada bloque son inevitablemente de la misma cuerda ideológica, de ese “continuum” sin fisuras que enlaza Partido Popular – liberalismo – americanismo pro-yanqui - anti-progresismo militante – excelencia intelectual… ¡Y que nadie se salga de la fila! Si algún ingenuo “disidente” es invitado a los micrófonos de COPE (¡rara avis!), ya se puede preparar. Se le tratará sin el más mínimo decoro y educación (no digo ya “caridad” cristiana…).
- La parcialidad y la pobreza informativa son irritantes:
En los horarios en los que el “españolito” medio quiere enterarse de lo que pasa en su país y en el mundo, ya se puede buscar otra emisora. En COPE sólo se le dará y se le repetirá machacona y didácticamente el “argumento del día” escogido y cocinado por el conductor del programa. Lo demás no existe. Peor aún, es como si te dijeran: “Del resto, mejor que no se entere usted”, en un desprecio infinito hacia el oyente y a su capacidad de discernimiento… Los pocos contenidos a los que tiene derecho han de ir convenientemente adobados y apostillados por el “gurú”… Aunque se trate de algo tan distante y neutro como el resumen de la prensa diaria y de las opiniones ajenas. Todo tiene que ir “censurado”; uno no puede pensar por sí mismo. ¡La dictadura intelectual y moral de estos sedicentes “liberales” es inaudita! Los conversos son temibles; suelen tener resabios.
Ya no es cuestión de verdad o mentira. (Muchas veces se dicen cosas veraces, valientes y necesarias; cosas que otros no dicen o tergiversan. La actualidad da pie para ello. También para la crítica y el profetismo sin cuartel). El problema es el monocultivo obsesivo, la actitud permanentemente “anti”, la visceralidad de los propósitos, la chabacanería del lenguaje en aras de una pretendida ingeniosidad… O sea, un subjetivismo enfermizo e insoportable.

En fin, el “efecto Jiménez Losantos” es devastador. Ha excedido a su persona para convertirse en un inquietante fenómeno de masas. Será sin duda el ciudadano español que genere actualmente más amores y odios. Esto puede ser estimulante para él; concuerda con su espíritu polémico y provocador. Pero es demoledor para la Cadena. Y lo más grave es que, en el supuesto de que Jiménez Losantos fuera “defenestrado”, su espíritu seguiría gobernando la casa, pues de ella ha hecho su nido, su ghetto, su periódico digital y su secta apostólica.

Otros se frotarán las manos o aplaudirán frenéticamente, porque coincida con sus intereses y sus puntos de vista, pero la COPE no sale ganando de estos lances, si quiere seguir siendo la radio de los cristianos. Continuará marginándose de la vida real y del Evangelio (suele suceder que ambas cosas van a la par), para convertirse en un fenómeno grotesco y minoritario (aunque suba la audiencia; eso tiene otras muchas explicaciones). ¡Qué lástima que aún pase por ser la radio de la Iglesia y de los obispos! En mi opinión, la COPE, como empresa de comunicación de cristianos en la sociedad actual, sólo tiene dos salidas:
1. Desvinculación institucional de la CEE (¿fundación?... ¿asociación de laicos?....).
2. Remodelación a fondo de los planteamientos periodísticos, para crear un grupo de comunicación comercial limpio, abierto, plural, ejemplar… en el que se pueda percibir eso tan sutil y maravilloso que, a falta de otros nombres, llamamos “inspiración cristiana”.
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[1] Un reciente e inequívoco recordatorio de esta doctrina se lee en la espléndida ponencia del Sr. Arzobispo de Pamplona Dn. Fernando Sebastián en el Congreso de Laicos, donde se vuelven a describir las diversas formas de acción temporal de los seglares y su respectiva vinculación con la jerarquía. Entre las distintas figuras posibles no cabe la actual configuración de la COPE.
2] La ambigüedad institucional de COPE hace que proliferen historias tan rocambolescas como la de atribuirle al Cardenal Rouco la responsabilidad de una página erótica en internet. Mientras la COPE siga siendo de “los obispos”, cabe todo esto y mucho más. No nos engañemos.

FUNDAMENTOS (Un proyecto para educar)

Este Proyecto está redactado en Mayo de 2005 antes de la polémica asignatura “Educación para la ciudadanía”. Pero me parece que, a la vista de los acontecimientos, no ha hecho más que revalidarse en su vigencia.


1. Motivaciones y planteamiento

La prolongada polémica de “la clase de Religión”, ahora reverdecida con la LOE y que ha atravesado todas y cada una de las legislaturas de nuestra democracia, pone de relieve las contradicciones y aporías no resueltas de nuestra particular situación socio-política. Es un claro exponente, “ejemplar” por representativo, de la relación de fuerzas y mentalidades que divide a la sociedad española y que la empantana en la repetición, el empecinamiento y, finalmente, la detiene en unos callejones sin salida. De ahí, la imposibilidad de llegar al ansiado “pacto de Estado” en esta materia.

Si alcanzáramos a hacer luz en este punto crucial, se iluminarían colateralmente otros muchos. Por eso, hablo de “ejemplar”, ahora en el sentido de “modélico” y deseable, pues supondría un claro avance en la concepción de la educación en nuestro país y de su papel de cara al futuro. Con este ánimo nace esta humilde contribución.

La solución a esta vieja polémica jamás vendrá por la vía puramente política y coyuntural, como fruto de las estrategias, los juegos de fuerzas y los “parcheos” instrumentales. Hemos de partir de un modelo de educación, que tenga las siguientes características:
- Que responda, por un lado, a nuestras tradiciones comunes y constitutivas del cuerpo social, en atención a su historia y a sus experiencias colectivas más saludables; y, por otro lado, a las demandas e innovaciones que están presentes en el ánimo actual de nuestra sociedad.
- Que, además de una preparación técnica y eficacista de los alumnos, busque una formación integral, en la que prime la transmisión de principios y valores, para una integración positiva e ilusionada en la vida social.
- Que se fundamente en un cuerpo de principios y valores, éticos y cívicos, que exprese claramente la mentalidad y los deseos de los españoles actuales, en sus constantes más arraigadas y dominantes, por encima de sus formulaciones o matices expresivos. Como referentes concretos se han de tener especialmente en cuenta:
o Los valores democráticos que inspiran nuestra actual Constitución y sus consecuencias prácticas.
o La Declaración Universal de los Derechos humanos, tal y como es aceptada, interpretada y puesta en práctica en los países de nuestra común tradición europea y occidental.

Las diversas enseñanzas filosóficas y religiosas, desde su propia originalidad, han de poder articularse con el “corpus” anteriormente descrito, para ser impartidas con la misma finalidad y dirección: la formación integral de la persona y del ciudadano en la España de hoy.

Es evidente que las tradiciones filosóficas, éticas y religiosas tienen sus propias particularidades, e incluso presentan contradicciones entre sí. No se trata de podarlas o reducirlas a su común denominador. Sin embargo, su inserción en el ámbito docente tendría que atender a las siguientes pautas pedagógicas:
- No ocultar las diferencias; más aún respetarlas y favorecerlas, pues son en sí mismas educativas y no necesariamente hostiles o disgregadoras. Por lo tanto, enseñar desde la propia identidad y coherencia. Pero, al mismo tiempo, buscar positiva y principalmente la convergencia con el “corpus” común, orillando las polémicas estériles, las cuestiones-límite y demasiado coyunturales u opinables. En la Educación Secundaria se ha de formar en lo esencial, con unidad interna y madurez progresivas, para que, llegado el momento, el individuo pueda decidir libremente por sí mismo y orientarse en las cuestiones más debatidas.
- La docencia de las religiones no ha de ser puramente “informativa” (datos, historia, contenidos noéticos neutros…) sino “formativa” (fundamentar convicciones, articular y relacionar conocimientos razonada y sistemáticamente…) y también “crítica” (dar criterios, capacidad de discernimiento, alertar sobre las perversiones y corruptelas que acechan a la propia tradición…). En todo caso, tiene que ser “docencia”; es decir transmisión de conocimientos con competencia profesional y con estilo académico, que encaje dentro del ámbito escolar.
- La elección de la forma concreta de dichas tradiciones (confesionales o no…) es responsabilidad e iniciativa irrenunciable de los padres. Pero éstos han de saber que su responsabilidad no es única ni absoluta sino que tiene que articularse con la responsabilidad e iniciativa social y estatal, que cubre otras áreas educativas y responde a otras motivaciones. Familia y Colegio han de ser complementarios en aras de una educación de calidad, sin obstrucciones ni fundamentalismos.
- El entronque con el “corpus” común ha de ser orgánico (respondiendo a un mismo modelo de educación básica y a unas mismas finalidades), social (en atención al bien común y no para cumplir con las pretensiones de unas entidades particulares o unas corrientes ideológicas, por muy mayoritarias que éstas sean) y creativo (para dar una respuesta audaz a las realidades presentes, con capacidad de adelantarse y modelar el futuro de nuestra sociedad). Un sistema educativo que vaya dando tumbos por detrás de los problemas que se presentan o de los hechos consumados es en sí mismo deficiente.

2. Desarrollo del Proyecto

El área “Fundamentos” (denominación provisional y puramente indicativa) comprendería, por lo tanto, dos sub-áreas o secciones, relacionadas y coordinadas entre sí.

Fundamentos sociales

Es necesario y hasta urgente, en la actual situación de pluralismo social, que todos los alumnos de nuestros país (no entro aquí en la diferenciación territorial) puedan recibir conjuntamente los principios, los valores y las pautas comunes para una recta comprensión de nuestra sociedad y una buena inserción en la misma. Este “corpus” ha de ser vinculante pedagógica y académicamente para los alumnos de todas las etnias, credos, culturas y pertenencias familiares.

Precisamente por eso, este “corpus” fundamental básico tiene que ser pensado y diseñado con el máximo consenso posible por la mayoría de las instancias concernidas. A modo de ejemplo, me permito señalar:
- Partidos políticos, representantes del pueblo soberano.
- Consejos u órganos consultivos del Estado. Consejos de sabios y de expertos. Comités de ética.
- Academias y Colegios profesionales
- Asociaciones y Sindicatos de enseñantes, familias y padres de alumnos

La sección de Fundamentos sociales se impartiría por un profesorado especializado, con titulación y formación acorde con la orientación de dicha disciplina. En el caso de la enseñanza pública, habrían de ser profesores de plantilla del centro, con un estatuto profesional similar al del resto del profesorado.

La asignatura sería evaluable en las condiciones que se señalan más adelante.

B. Fundamentos religiosos

Entramos aquí en el terreno tan intrincado y controvertido de la “enseñanza religiosa”. Para su recta comprensión y desarrollo ha de tenerse en cuenta la globalidad de este Proyecto. Por lo tanto, se habrían de observar las orientaciones siguientes:
- La enseñanza de la religión ha de tener en cuenta la sección de Fundamentos sociales, para coordinar con ella sus contenidos, delimitar las zonas fronterizas y aportar la ciencia religiosa con un ánimo positivo y colaborador, sin excluir la parte de crítica que sea conveniente. Es decir, la “clase de religión”, sin mermar su propia originalidad, ha de evitar ser concebida como un compartimento estanco, absolutamente tangencial y periférico respecto a las demás enseñanzas académicas.
- Ha de tener y mantener en todo momento un rigor académico. Aunque parta de unas convicciones espirituales, no ha de adoptar la forma propia de la “catequesis” o del mero testimonio de vida, que remiten a otros ámbitos y metodologías. No es tampoco un “taller” o una “actividad extraescolar”. Por lo tanto, ha de ser curricular y evaluable.

Dada su especial idiosincrasia, la sección de Fundamentos religiosos ha de responder a estas características prácticas:
- Para respetar la libre opción de los padres, el centro ha de ofrecer las enseñanzas de las distintas confesiones religiosas, que correspondan a las demandas razonables del alumnado.
- La Administración del Estado ha de poder controlar estas enseñanzas confesionales con una finalidad cautelar:
§ Que corresponda a confesiones religiosas inscritas legalmente en el registro del Ministerio de Justicia, excluyendo aquellas de carácter dudoso o sectario.
§ Que los programas y contenidos no estén en contradicción con los principios y valores fundamentales que inspiran nuestra sociedad.
§ Que los profesores que las impartan tengan la titulación académica y pedagógica requerida y lo hagan en conformidad con la normativa básica de los centros.
- Los responsables o “jerarquía” de cada confesión religiosa tendrán una potestad positiva, que se concretará:
§ En formar, seleccionar y proponer al profesorado competente, no sólo en función de su idoneidad académica sino en función de su aptitud para presentar adecuadamente la enseñanza religiosa en conformidad con el “credo” de cada tradición. Esto se concreta lógicamente no sólo en un derecho de presentación sino también de veto.
§ En elaborar los programas y contenidos de sus materias, teniendo en cuenta las orientaciones generales pedagógicas de la Ley de Educación vigente.
- Ambas responsabilidades institucionales (Administración y Confesión religiosa) han de ejercerse conjuntamente regulando en forma de convenios los asuntos mixtos. Uno de ellos, de particular importancia, es el del estatuto particular de los profesores que impartan estas enseñanzas (su perfil profesional, contractual y laboral; su dotación económica…).

- Allí donde sea necesario, en función de la demanda del alumnado, los centros han de ofrecer junto a las enseñanzas confesionales una asignatura de Fundamentos religiosos de carácter no confesional. Para ser coherente con el conjunto del área, tendría que tener estas características:
§ Una presentación y estudio serio y objetivo del hecho religioso (no por ser no-confesional, ha de ser anti-religiosa) en sus distintas facetas:
· Como configurador de civilización y de cultura.
· Como generador de valores y comportamientos humanos.
· Como instancia crítica (con sus pros y contras) para el desarrollo de la humanidad.
· Como respuesta a necesidades profundas del ser humano.
§ Impartida por profesores de plantilla, con rigor y competencia profesional y un espíritu formativo, no menos intenso por el hecho de no ser confesional.

C. En síntesis

Este Proyecto apuesta claramente por un área mixta donde el civismo y las creencias aprendan a convivir y apoyarse mutuamente, para bien del alumnado y de la sociedad que todos formamos. Un área académica, por lo tanto evaluable en sus diversas secciones y conjuntamente. Una escuela de convivencia, donde se adquieran tanto los principios esenciales del tronco común como el conocimiento y el respeto a las legítimas diferencias.

Lógicamente, no entro aquí en los detalles técnicos respecto a su desarrollo curricular, su dosificación y calendario… que sería competencia de la comunidad educativa.