DESDE LA ATALAYA DEL SEMINARIO


Intervención en la Mesa redonda sobre Pastoral Vocacional
Simposio Teología del Sacerdocio
Facultad de Teología. Burgos
7 Marzo 2008


La crisis vocacional es evidente y, de todos los problemas de nuestra Iglesia, es el más espectacular, porque es directamente cuantificable. La Iglesia, que ante todo ejerce actividades espirituales, no está muy acostumbrada a someterse al severo juicio de las cifras (al contrario que las empresas mercantiles o los medios de comunicación…).- ¿Cuántos seminaristas tenéis?... Es la pregunta obligada. Por muchas razones que se den y por mucho que se ponderen y maticen las cifras, éstas cantan por sí mismas. Califican o descalifican a unos pastores, a una diócesis, a un Seminario. Las cifras vocacionales están en el escaparate: son lo primero que se ve. Para algunos – tristemente - lo primero y lo último. Quienes buscan la desaparición de la Iglesia lo tienen fácil. Algunos ya ni se molestan en atacarla. Leen las estadísticas de nuestros seminarios y casas de religiosos y se confirman en sus prejuicios.

Actualmente – para qué negarlo - nuestros seminarios se encuentran bajo mínimos. La mayoría, con unas cifras tan precarias que en un plazo de solo cinco años se pueden jugar el ser o no ser. En efecto, si se tiene una racha ascendente, de “quince seminaristas” se puede pasar a “treinta”, que sería el mínimo para dar estabilidad a un proceso de seis años como es el del Seminario Mayor (una media de cinco seminaristas por curso). Pero también en sólo cinco años se puede bajar a límites inviables, que supondrían el cierre, al menos temporal, de un Seminario. La urgencia y la preocupación están justificadas.

Pues bien, a pesar de todo, ¡no perdamos la calma!... A mayor urgencia, más reflexión y sensatez. Para hacer frente a la crisis vocacional se necesita un clima favorable y un buen diagnóstico, sin apresuramientos.

Un clima favorable

Es muy difícil trabajar en una actividad bajo presión. La ansiedad no es buena para nada, menos aún para las obras sobrenaturales. Se pierde fácilmente la visión de fe, sin la cual convertimos nuestras obras en empresas humanas. Las Delegaciones diocesanas de Pastoral Vocacional, los Seminarios y las Casas de Formación de los religiosos han de encontrar su propio modo de trabajo adaptado a la situación actual. Cuentan con el apoyo y la colaboración de todos, es cierto. Pero este apoyo ha de darse con serenidad y discreción, dejándoles hacer su labor con paz y confianza en el Espíritu. Los documentos oficiales de Roma y de nuestros obispos recuerdan a menudo que hay que invertir las tendencias espontáneas:

- a menos candidatos, mayor selección,

- a más dificultades, más vigilancia,

- a más necesidades, mayor confianza y gratuidad.

Un buen diagnóstico

La Pastoral Vocacional está en el candelero. No se puede decir que la Iglesia no esté haciendo esfuerzos considerables para remontar la curva descendente de las vocaciones (Jornadas de Oración, Congresos, Encuentros nacionales y regionales, publicaciones, campañas de sensibilización, numerosas iniciativas pastorales…). Y, sin embargo, se puede enfocar mal la Pastoral Vocacional. Por ejemplo, no hay que desvincularla de la pastoral general, de la vida de la iglesia local tomada en su conjunto. La finalidad de la Pastoral Vocacional no ha de limitarse a buscar candidatos para los centros de formación. Tiene que animar la dimensión vocacional de todo cristiano, la proliferación de carismas, la valoración del sacerdocio y de la vida consagrada. Ha de poner a toda la Iglesia en “estado de llamada”, de escucha atenta a la voz de Dios.

Tampoco es bueno extrapolar y desmesurar los datos con unas comparaciones sociológicas mal enhebradas y unas conclusiones eclesiológicas de vía estrecha. No absoluticemos las cosas, como si la continuidad de la Iglesia dependiera sólo de que los seminarios y casas religiosas se llenen de seminaristas y postulantes. Un enfoque catastrofista crea una psicosis que, lejos de solucionar la cuestión pasa a ser parte del problema. Una Iglesia angustiada no es atrayente; espanta más bien a las posibles vocaciones. Tratar el problema vocacional como una patología aislada y con perfiles propios sería erróneo. La crisis vocacional es un asunto de “medicina general”, o, si se prefiere, de “salud general”. No de un sector especializado. El florecimiento vocacional se tiene que contemplar como un fruto de la vitalidad de las comunidades cristianas. Es verdad que es Dios quien llama y su gracia es soberana. Pero aliviar la situación o, al menos “parchearla”, con vocaciones de candidatos sin historia eclesial, de dudoso equilibrio humano o desarraigo social, no es lo deseable. Convertir la excepción en regla sería nefasto.

Unas reflexiones de sentido común

- La escasez de vocaciones no es sino el reverso de la escasez de cristianos verdaderos en las edades propicias a la vocación (infancia, adolescencia y juventud). Los niños y jóvenes actuales son en su mayoría los hijos de los neo-paganos que se han ido desapuntando de la Iglesia en los últimos treinta años. Constituyen ya un fenómeno masivo. Tenemos toda una generación de españoles sin referencias cristianas, o muy leves y desenfocadas. Por lo tanto, en la línea de la “nueva evangelización”, se impone resembrar el terreno para que surjan nuevas comunidades cristianas juveniles. En muchos casos, habrá que partir de cero en cuanto a formación cristiana y de cien en cuanto a tendencias “paganas”. Pero evangelizar nunca fue tarea fácil y sí estimulante. Leamos de nuevo Evangelii nuntiandi: la evangelización es una actividad rica y compleja. Requiere unas condiciones básicas y simultáneas:

  • Unos ambientes (educativo, cultural, recreativo, mediático…), que sean favorables a los valores espirituales y a la visión cristiana de la vida.
  • Unos cristianos adultos de referencia para los jóvenes (familias, educadores, catequistas…) que sean verdaderamente testimoniales y convincentes; que trabajen y convivan con ellos dándoles su tiempo y su prioridad.
  • Unos pastores con ilusión, capacidad de iniciativa y de liderazgo espiritual.
  • Unos procesos de iniciación cristiana serios y bien trabajados, que introduzcan a los chicos y chicas de hoy en la totalidad del misterio cristiano; cultivando con mimo cada planta desde la raíz hasta los frutos.

- Permitidme que insista en la centralidad de Jesucristo. Una pura praxis moral de inspiración cristiana (por atractiva y juvenil que sea) o bien una enseñanza doctrinal (por ilustrada y fundamentada que se dé), si están desvinculadas de la persona viva del Señor, no forman cristianos verdaderos. Es triste ver a chicos y chicas que han pasado un tiempo considerable en colegios, parroquias y obras cristianas y que, si bien conocen bastantes “cosas sobre Jesús”, no conocen a Jesús. Sólo quien ha conocido a Jesucristo de modo personal con un conocimiento ungido de dones espirituales puede plantearse la pregunta clave: “¿Señor, qué quieres que haga?”. Ante la persona de Jesús es inevitable decidir el sentido y la orientación de la propia vida; es posible y deseable entregarla con gozo y humildad a su causa y al servicio de su Iglesia. De lo contrario, nos perderemos en un mar de cuestiones previas que terminan ahogando la llamada de Dios.

- Los grupos juveniles cristianos que se mantienen con vigor, aunque sean pequeños en número, y que cultivan la vocación en toda su amplitud son grupos que aseguran lo esencial cristiano sin reduccionismos ni prejuicios ideológicos:

  • Cultivan la oración asidua de sus miembros como práctica asentada en su vida (grupos de oración, práctica de retiros y ejercicios espirituales…).
  • Viven la Eucaristía como centro de su vida (Misa dominical, adoración al Santísimo Sacramento…).
  • Inician a sus miembros en la praxis moral cristiana con un sentido creciente y positivo. Confesión frecuente. Dirección espiritual. Seguimiento personalizado.
  • Conocen a la Iglesia y la aman porque es inseparable de Jesucristo. Afecto eclesial que se manifiesta en una alta estima del Santo Padre, el Obispo, los sacerdotes, la Parroquia… Su conciencia de pertenencia eclesial se hace progresivamente más amplia, más allá del propio grupo de fe.
  • Presentan una buena inserción en el mundo como ciudadanos útiles y positivos. Con un correcto rendimiento académico y con ilusión profesional. Con sentido de la justicia social y amor concreto a los pobres y desvalidos de la sociedad.
  • Practican la caridad cristiana en las relaciones humanas, más allá de la mera simpatía o de la pandilla espontánea. El grupo ayuda a crecer en una afectividad bien integrada en la personalidad humana y en una castidad liberadora.

4. Por todo lo dicho, me reafirmo en la vigencia de los Seminarios Menores como escuela de formación integral cristiana y semillero de seminaristas mayores que aporten continuidad, normalidad y estabilidad al Seminario Mayor. Pero los Seminarios Menores se nutren en general de los hijos de familias cristianas, favorables a la vocación. Con lo cual - no lo olvidemos – estas canteras se van a ir estrechando cada vez más.

5. Mientras dispongamos de Seminarios Mayores con visibilidad y fuerza en la diócesis, éstos han de constituir la comunidad diocesana de referencia vocacional para las demás (sean éstas parroquiales, de movimientos, de nuevas comunidades…). Esto no depende sólo de la calidad ocasional de los seminaristas de nuestros seminarios sino que forma parte de la misión que el Señor le ha encomendado en su Iglesia. Lo que en tiempos de abundancia vocacional se vivía sin conciencia refleja, ahora ha de ser una evidencia gozosa y una responsabilidad compartida por todos los que constituimos la comunidad del Seminario, seminaristas y formadores.

A modo de conclusión

En la Pastoral Vocacional hay iniciativas y actividades que atienden las urgencias más inmediatas y que son valiosas y necesarias. Por ceñirme a las que se realizan en nuestra archidiócesis de cara a las vocaciones sacerdotales:

- Infancia: Monaguillos, Escuela de Monaguillos de la Catedral, Preseminario, Campaña Vocacional en colegios, catequesis, misas parroquiales, Convivencias de fin de semana y Campamentos de Verano, revistas y hojas vocacionales.

- Jóvenes: Jornadas abiertas en el Seminario para jóvenes, presencia del Seminario en los Encuentros diocesanos de jóvenes, marchas y peregrinaciones, encuentros con el Papa, vigilias de oración…

- Campaña del Seminario. Presencia en parroquias, colegios y medios de comunicación, propaganda, colecta; Cadena de Oración, vigilias de Adoración Nocturna…

Pero, sobre todo, - y ésta es mi aportación más específica - la verdadera Pastoral Vocacional se ha de hacer de aquí a seis años vista (lo que dura un Seminario Menor). En este tiempo hemos de crear y promover comunidades cristianas juveniles o bien comunidades cristianas diversificadas con una significativa presencia de los jóvenes. Allá donde existan jóvenes cristianos conscientes y orgullosos de serlo florecerá la vocación y se planteará abiertamente la pregunta vocacional sin que ésta suene a hueca o a extemporánea.

Seis años es un tiempo talismán. En lo académico, es el periodo en que los chicos y chicas que empiezan la ESO culminan su formación de Bachiller o Profesional y se plantean su futuro. En la vida cristiana, han recibido los sacramentos de la iniciación – ójala que así fuera - y ya no tienen ningún “deber” extrínseco que les vincule a la vida parroquial. Aquí es donde nuestra Iglesia se la juega. Hemos de ofrecer espacios de vida cristiana fuertes, consistentes, con interés y contenidos propios, que se sostengan por sí mismos; donde los adolescentes y jóvenes se sientan protagonistas de su vida cristiana y eclesial. Para ello hemos de ser coherentes y destinar a este trabajo a las personas más capacitadas (sacerdotes, religiosos y laicos), sacrificando otras necesidades y tareas en la iglesia diocesana.

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