ORAR A DIOS EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS


CONCORDIA Y UNANIMIDAD


CONCORDIA Y UNANIMIDAD
“Tenían un solo corazón y una sola alma”

Aplausos y caceroladas, aunque no lo parezca, tienen algo tienen en común. Ambos son una expresión de sentimientos reprimidos, saliendo de la cueva, sin internet por medio. Unos desahogos colectivos, para paliar en parte el oscuro ambiente de tragedia que nos envuelve. Esta comunicación real nos permite constatar – más allá de los eslóganes – que, en efecto, somos muchos los que nos encontramos en las mismas o parecidas situaciones. La proximidad (sabernos prójimos), a los seres humanos siempre nos reconforta.

Los aplausos

A partir de aquí, vienen las diferencias. Empecemos por los aplausos. Somos muchos los que nos hemos asomado a las ventanas a aplaudir a los sanitarios y servidores públicos, para transmitirles que no estamos desaparecidos y que estamos al tanto de su inmensa labor y de los riesgos que corren por nosotros. En el aplauso va también el mensaje de que nuestro encierro forzoso es la mejor manera de colaborar con su trabajo, evitándoles más problemas de los que ya tienen. Ellos están en la vanguardia; nosotros en la retaguardia organizando la convivencia familiar y algunos teletrabajando. Pero es la misma lucha.

No creo que, salvo pequeñas anécdotas, estos aplausos hayan encontrado oposición. Todo lo contrario, han suscitado una unanimidad en la ciudadanía como nunca antes se haya dado. A esta habría que añadir la concordia en el duelo con los miles de compatriotas que nos han dejado de manera tan brutal y con sus seres queridos. Ambos sentimientos son universales e indiscutibles, por encima de territorios, ideologías, credos… Los aplausos o los minutos de silencio son un lenguaje comprensible de solidaridad y cercanía. Otra cosa es que los humanos seamos a veces poco consecuentes y pronto nos decepcionemos mutuamente con posturas incoherentes e incívicas. Pero hay que pensar que los aplausos no han sido una farsa colectiva.

Las caceroladas

No es nueva ni solo española esta manera de protestar. Es, sin duda, una manifestación ciudadana legítima que agrupa a personas que por sus ideas o por su situación (paro, ruina económica, desesperación...) lo hacen notar ante los gobernantes de turno. Las caceroladas tienen sus pros y contras, ampliamente comentados y que no señalaré ahora. Sí quisiera subrayar que, como signo cívico y moral (no entro en lo político), suponen una cierta dimisión de los ideales unionistas anteriormente destacados. Frente al presente desolador y a un futuro negro, muchos miran hacia atrás con ira tratando de arreglar antiguas cuentas pendientes. Los que salen a las ventanas y ahora a las calles con sus instrumentos estarán cargados de razones, pero ¿podremos contar con ellos para responder a los enormes retos que ya tenemos delante o se limitarán a ir a la contra de todo?

Concordia y unanimidad

Estas dos palabras que retratan el paradigma de vida de los primeros cristianos (Hch 4,32-37) no son exclusivamente religiosas; ofrecen un estilo de vida social a la hora de afrontar los problemas comunes. Un estilo de altura de miras y de convicciones firmes que genere ilusión y esperanza.

Los proyectos de futuro se pretenden diseñar en los despachos y en los foros políticos, pero, sobre todo, ya son realidad en las múltiples iniciativas para dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, dar cobijo a los sin techo, consolar al triste y enterrar a los miles de muertos con respeto y dignidad. Aquí se encuentra de lleno la Iglesia colaborando cordial y animosamente, mirando hacia el frente y no hacia atrás o a los lados. Una vez más la sociedad civil - los ciudadanos anónimos - marca la pauta a los de arriba.

Jesús Andrés VICENTE