Estamos en plena campaña de la declaración del IRPF, en
medio del “sunami” económico que desde hace años nos sacude. Todas las partidas
de los Presupuestos del Estado están en revisión, sometidas a recortes a la baja
más o menos clamorosos y traumáticos. Nuestra Iglesia católica (al menos, la
mía) renueva su campaña de la cruz en la casilla del 0,7%, como si nada
ocurriese. Los mismos eslóganes, las mismas campañas publicitarias, los mismos
argumentos y, por supuesto, el mismo porcentaje. Pero, en estos tiempos recios,
son más elocuentes los hechos que las palabras. ¿No sería un gesto coherente
por parte de la Iglesia rebajar voluntariamente el coeficiente al 0,6%, por
ejemplo? Así lo pensamos algunos.
Vayan por delante las razones. No se trataría de una medida
puramente demagógica o populista. Tampoco de algo coyuntural, mientras dure la
tormenta. No olvidemos el párrafo del Acuerdo entre el Estado español y la
Santa Sede sobre asuntos económicos de 1979 que no puede ser más claro: “La Iglesia católica
declara su propósito de lograr por sí misma los recursos suficientes para la
atención de sus necesidades. Cuando fuera conseguido este propósito, ambas
partes se pondrán de acuerdo para sustituir los sistemas de colaboración
financiera expresada en los párrafos anteriores de este artículo (la actual
asignación tributaria), por otros campos y formas de colaboración económica
entre la Iglesia católica y el Estado” (Art II, nº 5). ¿No ha llegado la
hora de dar un paso muy concreto en esa dirección?
Somos conscientes de que ese 0,1% de minoración supone en la
práctica bastante dinero. Un dinero que la Iglesia necesita para su
funcionamiento habitual, lo cual muchos de los contribuyentes lo sabemos y
valoramos positivamente. Pero, ¿por qué no pensar que cuantos queremos
sostenerla y apoyarla económicamente podemos hacer llegar ese 0,1% restante
directamente a las arcas de la Iglesia, y no de forma mediada por los
procedimientos recaudatorios? ¿No saldríamos ganando todos? El erario público,
ligerísimamente aliviado. Y, sobre todo, nuestra conciencia de cristianos,
enaltecida por un gesto más personal y comprometido.
Sabemos de las dificultades prácticas a la hora de cambiar todo un
complejo sistema, fruto de pactos, equilibrios y contrapesos. Es cierto, pero,
en todo caso, hay que defender las razones de peso frente a las simples
conveniencias. Mientras no se haga un gesto de alcance público, algunos lo
haremos con carácter privado, “devolviendo” ese 0,1% al Estado por otras vías.
Y de muy buena gana.
Publicado en Diario de Burgos. Mayo 2012.
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