LA ICONOGRAFÍA ACTUAL Y SU UTILIZACIÓN EN LA PASTORAL

Lo que me sugiere la Exposición de Teresa Peña
Intervención en la Mesa Redonda organizada por la Facultad de Teología de Burgos
25 de Abril 2008

En la tradición cristiana, la espiritualidad y la catequesis siempre han echado mano de las artes para acompañar y alimentar la experiencia religiosa. La utilización de imágenes y sensaciones varias es una necesidad antropológica. Las distintas revoluciones “iconoclastas” no han triunfado porque conllevaban una mutilación del ser humano.
Entre nosotros y en los albores del siglo XXI nos encontramos con un rico y variopinto patrimonio artístico acumulado, en el que las distintas épocas y culturas han dejado su huella. Un balance rápido podría dar los siguientes títulos y subtítulos, en los que se mezclan afirmaciones y valoraciones:
1. El arte clásico sigue siendo un instrumento válido para iniciar y acompañar la vida cristiana de nuestro pueblo.
      • No obstante, se debe de seleccionar con cuidado criterio, porque no todo lo antiguo es valioso artística o pastoralmente. Si el arte clásico no suscita la experiencia espiritual nos quedamos en un arqueologismo o en una mera información cultural.
      • Se han recuperado con provecho ciertos lenguajes religiosos perdidos en el olvido (por ejemplo, los iconos orientales), pero pueden quedarse en fenómenos elitistas y pasajeros. Restaurar no siempre es posible: se restaura la materialidad de la obra de arte, pero ¿se puede restaurar su espíritu?

2. El arte religioso del siglo XX: Excepcional y minoritario.
  • La crisis religiosa de Occidente, a pesar de los sanos intentos del Concilio Vaticano II, ha engendrado desgana y confusión en la producción artística religiosa. Las vanguardias se desentienden del arte religioso propiamente tal. En algunos casos – pocos- se dedican a sugerir o suscitar vagas experiencias transcendentes.
  • La renovación litúrgica del Vaticano II que ha afectado a templos, vestimentas, músicas, mobiliarios y objetos litúrgicos – todas las bellas artes fueron convocadas- no ha tenido en general el nivel artístico deseado. Salvo excepciones aisladas, o bien se ha quedado en ensayos interesantes pero no cuajados, o bien se ha empleado en una producción mercantilizada de dudoso gusto, que trató de vender cualquier cosa con tal de que fuese “moderna”. Quizás por ello no ha logrado calar en el alma popular ni ha podido colaborar a la renovación espiritual, al “aggiornamento” pretendido por el Concilio.
  • Al final del pasado milenio y comienzos de siguiente se ha vuelto a un restauracionismo iconográfico de muy bajo nivel. Se recuperan imágenes y símbolos del pasado, pietistas y desfasados culturalmente. Se mezclan estilos y lenguajes estéticos sin criterio. ¿Resultado? una imaginería promovida, adquirida y utilizada con mentalidad de “supermercado”. Un eclecticismo sin nervio ni orientación.
En estas estamos, cuando... ¡aparece Teresa Peña! Un arte cristiano que reúne todas estas deseables características:
  • Calidad artística por formación y vocación. Solidez académica y apertura a las corrientes de su tiempo.
  • Personalidad y madurez a la búsqueda de un lenguaje propio e inconfundible, que le fluye de dentro y no desde tendencias de moda o simplemente comerciales.
  • Experiencia espiritual cristiana honda y contrastada. Humanísima y doliente.
  • Un lenguaje abierto y comprensible para el gran público.
  • Una obra que sorprende, subyuga, interroga y ennoblece al espectador atento.
  • Una propuesta que implica y no deja indiferente.
  • Su pintura no es una obra de usar y tirar, no es una estética de consumo. Hay que volver a ella una y otra vez, encontrándose siempre matices y sugerencias nuevos. Algunos de sus cuadros te los llevarías a tu habitación, a tu oratorio para prolongar el primer impacto, con mirada pausada y gratuita. Una mirada de complicidad y de amor. Son ventanas abiertas al misterio: permiten reflexionar, contemplar, orar, interiorizar la propia espiritualidad; sea o no confesante.
  • Teresa no “ilustra” los pasajes bíblicos. Sus cuadros religiosos son el fruto de una “lectio divina” (lectura-meditación-oración-contemplación) del texto bíblico. No son escenas para admirar sino ¡para comulgar!... (Perdóneseme la audacia).
Cuando uno descubre con estupor y admiración una obra así, la impresión es ambivalente: gozo y tristeza. ¡Qué pena de tiempo perdido! ¡Nos han faltado “Teresas Peña” y nos han sobrado “ocurrencias” y baratijas! Nos han faltado artistas - creyentes.
¿Qué se puede hacer con una obra así? ¡Mucho! (Hablo desde mi pequeña praxis):
  • La obra específicamente religiosa de Teresa Peña (o artistas similares: por ejemplo, Arcabás en Francia) puede ser utilizada en las catequesis de la iniciación cristiana a partir de los trece años. Los adolescentes tienen sensibilidad para admirar y contemplar a Jesucristo y a María en los misterios de la fe, reinterpretados por Teresa con esta garra visual; para sintonizar con esas figuras humanas esperanzadas y anhelante de fraternidad y paz auténticas. Por otra parte, ¡es algo tan distinto del tan recurrido audiovisual! La imagen pintada ha de ser escrutada con atención y cariño para que te entregue su secreto (como sucede con los pasajes de la Palabra de Dios). En cambio, las imágenes del audiovisual ofrecen una sucesión de impresiones que difícilmente se graban en el alma. Lo uno reclama actividad; lo otro favorece la pasividad.
  • Pero, como en todo, es necesario el acompañamiento del catequista, del pedagogo que ayuda a crear el clima de percepción, subraya el detalle elocuente, interroga y profundiza. Cuantos más quilates tenga el medio pedagógico, tanto más valioso ha de ser el pedagogo. También en el ámbito de la fe.
  • A los adultos no les va a ser tan fácil entrar en esa comunión espiritual que ofrecen los cuadros de Teresa. Han de vaciarse de prejuicios. Han de superar el dualismo: los cuadros para el Museo, las estampas para la Iglesia; los cuadros, objeto cultural, las imágenes devotas, para rezar. Desenclavar esas posiciones fijas y superar esos clichés no es imposible. La propia Teresa Peña lo intentó con buenos resultados, escribiendo poemas y plegarias para acompañar sus pinturas. Modestamente lo hemos intentado los organizadores de la Exposición con la edición del Catálogo y del Album pastoral que la acompañan. No es un modelo cerrado sino un posible camino a proseguir.